Por José Luis Prieto Arroyo, Profesor Universitario y escritor (publicado en Diário de León 17.12.2019)
Cantaba Jorge Cafrune, allá por los 70 del siglo pasado: «La vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta, es preciso estar alerta manejando el azadón, pero no ha de faltar el varón que lo riegue hasta en su puerta». Sustituya el lector «vanidad» por «ignorancia» o «demagogia» y tendrá el canto que enloquece a buena parte de los políticos de la «Comunidad histórica» de la Cuenca del Duero, ignorantes y demagogos que les conducirán hasta los corifeos de ayer y de hoy, agitadores de la batuta de esa opereta tragicómica que representa la airada reacción de dirigentes de la Junta y notables del PP y de Cs contra el alcalde de León, José Antonio Díez, por el horrendo crimen de haberse atrevido a reivindicar para su pueblo el mismo derecho que se le concedió al resto de pueblos de España, salvo el castellano.
Entre los ignorantes, descuellan los de la metáfora del «espejo retrovisor», azote de los reivindicadores del autogobierno para la Región Leonesa sobre la base de los derechos que la Historia, la Antropología y la Cultura han concedido al pueblo leonés, y a quienes tratan de ridiculizar por hacer descansar buena parte de ellos en que somos un pueblo con panteón de reyes, que gozó de reino propio durante más de trescientos años y mantuvo instituciones propias siglos después. Contra esos que «solo saben mirar por el espejo retrovisor» se yerguen ellos, los abanderados de un presente exitoso y futuro prometedor. Ignoran, no solo el papel que la Constitución del 78 otorga a la Historia, sin ir más allá, en el Art. 143; o creando excepcionalidades, ya sobre la base de los «derechos históricos» vinculados con la foralidad (Disposición Adicional Primera) —que concedió a vascos y navarros privilegios exclusivos frente al resto de pueblos—, bien sobre la insólita creación de «comunidades históricas» (Disposición Transitoria Segunda), diseñada para conceder un trato diferencial a vascos, catalanes y gallegos, por el mero hecho de haber plebiscitado un Estatuto de Autonomía en la Segunda República.
Y no digamos el papel que la Historia misma tiene en la redacción de los Estatutos de segunda generación, los de 2006 y 2007, mal llamados «de reforma», pues en algún caso suponen Estatutos de nueva creación, con la inconstitucionalidad que ello comporta. Nos referimos a los de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares, pero sobre todo al de Castilla y León, cuya redacción estuvo marcada por dos obsesiones del Partido Popular: convertir a Castilla y León en «Comunidad histórica» y asegurar, por vía estatutaria, el Control de la Confederación hidrográfica, hasta que alguien les dijo que era competencia del Estado. Obsesiones a las que habría que añadir una tercera, la de identificar a esta artificiosa Comunidad administrativa con la Cuenca del Duero.
Estos negadores de la Historia lo son solo para León, si bien no les importó quebrar a otro pueblo histórico, el castellano, consagrando con ello la conversión de Castilla La Vieja en Castilla La Rota. Más aún, presumen de ello, son los grandes detractores del espejo retrovisor, no lo usan ni para aparcar, que hacen de oído, a golpes; aunque lo que verdaderamente pone los pelos de punta es que no lo miren para adelantar, así está la circulación. Puro cinismo: negar la Historia para León, censurar la falsificación que de la Historia hacen vascos y catalanes y hacer ellos lo mismo para crear una pretendida Comunidad histórica, a la que llamándola de Castilla y León identifican con la Cuenca del Duero. Además de ignorancia, mala fe y soberana estupidez.
En cuanto a los demagogos, los hay para todos los gustos: están, entre otros, los de la «cantonalización», los de la «catalanización» —ya sea de inspiración pujoliana o la rompedora de España— y los del «victimismo» —igualmente, subcategoría de la catalanización, aunque pelín más sutil, esos, los de «Pucela nos roba: ¿a qué me suena?»— y otros «ismos», como el «oportunismo» —tiene gracia: después de siete lustros de silencio cómplice apenas salpicados de intrusiones «oportunistas», como aquella petición de reconocimiento de la birregionalidad durante la ‘Reforma’ del Estatuto o la celebración de algún hito puramente leonés, inmediatamente desautorizado por Villalar. Los primeros son patéticos; nos acusan, a quienes como el alcalde de León defendemos el Autogobierno para la Región Leonesa, de irresponsables que queremos llevar a España a los tiempos de la Primera República; los mismos que utilizan ese argumento para, entre otras cosas, denostar el federalismo para nuestro país mediante una asociación perversa reveladora de su mala fe. No merecen comentario alguno.
Son más peligrosos los de la «catalanización», pues tratan de inducir el odio que profesan a los catalanes también al pueblo leonés, sobre la base de que la separación de León, Zamora y Salamanca (Región Leonesa) del conglomerado castellano-leonés de la Cuenca del Duero tiene el mismo rango traumático para España que la hipotética secesión de Cataluña. Si siguen este canto, su música les llevará hasta el corifeo que de manera insultante manejó la batuta de las «razones de Estado» para agregar León a Castilla, traicionando y pisoteando la voluntad de los leoneses, al ser la opción autonómica más indeseada por ellos.
De entre estos, resultan conmovedores los de la opción «pujoliana», los entusiastas de ese canto titulado León no necesita «pujoles». Deberían elaborar un Informe PISA para líderes políticos, ahí sí que se saldrían los castellano-leoneses: rozan la excelencia a la hora de crear metáforas. Desde luego, León no necesita «pujoles» (espero que el PP tampoco), pero si algo sobra en León, Zamora y Salamanca son «mañuecos», espécimen política entroncada por línea directa con la de los «martinvillas», yuyo malo que, desafortunadamente, algunos leoneses, los «mañuecos» siguen regando en su puerta.
Y qué decir de los que airean el «victimismo» o el «oportunismo» cuando los defensores del Autogobierno para la Región Leonesa presentamos datos objetivos que avalan la tremenda torpeza e injusticia cometida por unos gestores de la Administración Autonómica obcecados en anular todo lo específicamente leonés, su lengua, su cultura; en adueñarse de su capital territorial, en aniquilar sus instituciones más singulares, como las juntas vecinales; esos que sonríen complacientes cuando algún periodista analfabeto tilda a Zamora de Castilla profunda o califica el castillo de Ponferrada de genuinamente castellano; esos, los «hidrográficos» de la Cuenca del Duero, hoy, émulos preclaros de los «harineros» vallisoletanos del s. XIX. Esos, todos ellos, cuando ante tanto atropello los leoneses con conciencia de pueblo, como el alcalde de León, alzamos airada la voz, son los auténticos corifeos de la batuta victimista. ¿Qué a qué suenan las protestas? No es a victimismo, es a hartazgo.
Los «hidrográficos» han tenido casi cuarenta años para enmendar un atropello de histórica envergadura, cual fue forzar la espuria unión de León a Castilla La Rota. Y, sin embargo, optaron por encumbrar a Valladolid. Desde luego, no van a disponer ni de un lustro más en su intento de arrojar a León, Zamora y Salamanca a la cuneta de la Historia. Lo saben, como saben que ya les empieza a dejar de funcionar la apelación a toda esa retahíla metafórica de ínfimo simbolismo a la que frecuentemente recurren.
El alcalde de León sabe que está en lo cierto, como también sabe que somos muchos los que le acompañaremos en la defensa del Autogobierno. Posiblemente sepa también que, a pesar de las declaraciones, en Ferraz no las tienen todas consigo en este asunto. No tardaremos en ver movimientos en este sentido, como tampoco tardaremos en verlos en Unidas Podemos. Ocurrirá cuando el ejemplo de valentía de José Antonio Díez cunda entre esa gran mayoría de quienes, en ambos partidos —y sé de lo que hablo—, piensan como él, pero solo se atreven a decir en corrillos y cafés.
¿Qué cuándo nos daremos cuenta los leoneses de que esto va en serio? Pues cuando entre los «hidrográficos» de la Comunidad histórica se imponga lo de «separatistas radicales rompedores de España» a las apelaciones al espejo retrovisor, al pujolismo, al victimismo o al oportunismo. Vayan preparando el azadón.
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