lunes, 4 de marzo de 2013

Concejicidio

El Gobierno español ha consumado, mediante ley, el robo organizado de las propiedades comunales. La medida será legal puesto que se trata de una ley, pero indudablemente es ilegítima al consagrar el expolio a los concejos de las propiedades de todos los vecinos, propiedades que, en el caso concreto de la provincia de León, representan el 55% de la propiedad total lo que, tradicionalmente, ha permitido un mejor reparto y aprovechamiento de la riqueza, que la provincia de León fuese la provincia de toda España en la que menos "pobres de solemnidad" existían y en la que, desde el siglo XVII, apenas había analfabetos puesto que, en fecha tan temprana y con cargo a las rentas de los bienes comunales, muchos concejos leoneses contrataban "maestro de primeras letras" para la educación de los más jóvenes de sus vecinos.

Extraña manera de cumplir con uno de los objetivos de la Constitución, la descentralización de la administración y extraña manera de ahorrar en los presupuestos públicos, eliminando las Juntas Vecinales, herederas de los ancestrales Concejos cuyos cargos son GRATUITOS.

Por Carlos González-Antón (publicado el 24 de Octubre de 2012)

ANÁLISIS: EL PAPEL DE CONCEJOS Y LAS JUNTAS:

Un ‘concejicidio’ administrativo

El autor defiende las entidades locales menores como instituciones tradicionales de democracia directa encargadas de administrar los bienes del cómún

El Gobierno estatal pretende llevar a cabo un concejicidio aniquilando las entidades locales menores, primer escalón de la estructura administrativa territorial de nuestro Estado. Arguye para ello que son opacas y, ciertamente, en algunos casos puede tener razón, pero la causa de la opacidad radica en que tanto el Estado como las autonomías se han olvidado de ellas. Si el Estado no tiene datos de las entidades locales menores no es porque éstas no rindan cuentas a sus vecinos, pues lo hacen, y en muchísimos casos en régimen de concejo abierto, única manifestación de democracia directa que queda ya en nuestro sistema político, a cuya necesaria potenciación no parecen estar dispuestos quienes quieren someter todas las instituciones a la férrea disciplina de los partidos políticos. No han prestado atención alguna ni en regular sus limitadas competencias, ni en exigir a los ayuntamientos que colaboren en su gestión, asesoramiento e intervención, algo a lo que están obligados en muchas comunidades autónomas.

Ahora, optan por su supresión, exhibiendo un llamativo desconocimiento de su carácter y arraigo popular. Sería un grave error dejar que se perpetre este genocidio administrativo, pues existen numerosos argumentos a favor del mantenimiento de esta institución. El principal argumento es que en la actual coyuntura son más necesarias que nunca, y precisamente porque son las que pueden ejercer las pocas competencias que tienen encomendadas de la forma más eficiente y en el nivel adecuado. Es el nivel administrativo que tiene menor proporción de políticos remunerados, pues prácticamente todos los cargos representativos no cobran ni dietas.

Estos entes locales cumplen los principios de la Carta Europea de Autonomía Local, que es derecho interno español y que propugna que “el ejercicio de las competencias públicas debe, de modo general, incumbir preferentemente a las autoridades más cercanas a los ciudadanos”, plasmación del principio de subsidiariedad, que tiene acogida también en el Derecho comunitario. Esta cercanía permite no sólo el control directo por los ciudadanos sino la implicación de los mismos en los asuntos públicos, y su desaparición supondrá una clara desafectación de los vecinos por el éxito de las políticas públicas, que ya no verán como algo propio.

Las juntas vecinales y concejos son un sistema de administración territorial que permite el autogobierno democrático de pequeñas comunidades, de forma plenamente compatible con el ejercicio de las competencias del resto de administraciones. Sus actuaciones están sujetas al control de los tribunales de justicia y del resto de organismos de inspección o regulación, por lo que si se arguye que actúan con opacidad, será porque los órganos encargados de la inspección o intervención no están ejerciendo con eficiencia su labor.

Pero hay un argumento que por sí mismo debería justificar el mantenimiento de las entidades locales menores, al menos aquellas que siendo las primigenias estructuras de autogobierno, siguen prestando un servicio fiel y democrático a las pequeñas comunidades de vecinos, y es que su mantenimiento evitaría acabar con un patrimonio histórico, administrativo, cultural o inmaterial que cualquier Estado de nuestro entorno se enorgullecería de conservar como ejemplo de institución democrática y cercana al pueblo.

En un tiempo en el que el mundo rural se está despoblando y se hacen muchos esfuerzos por retener a la población en nuestros pueblos, privarles ahora de poder decidir sobre los pequeños asuntos que les conciernen directamente resulta muy incongruente. El Gobierno tiene la obligación de reflexionar y no precipitarse eliminando una institución que ha perdurado durante siglos, y que con las adecuadas actualizaciones debe seguir prestando servicio a las pequeñas comunidades rurales.

El intento de transferir la titularidad de las históricas propiedades comunales provocará gravísimos conflictos no previstos y que amenazarán la convivencia. La cercanía de estas entidades permite el control ciudadano directo de los bienes y asuntos públicos locales. En este punto el Gobierno ha tenido malos consejeros; por lo que el legislador debería evitar una medida que supondría un auténtico genocidio institucional, eliminando de nuestra estructura administrativa un elemento de gobierno democrático que, ya sea reuniéndose en concejo a campana tañida o por correo electrónico, sigue siendo insustituible en muchas pequeñas comunidades rurales de España.

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Por Patricia Manrique, Redacción Cantabria (publicado el 24 de Octubre de 2012)

ADMINISTRACIONES | ENTIDADES LOCALES MENORES

Una ley que promete ahorro para apropiarse de lo comunal

El anteproyecto de Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local propone suprimir las pedanías para conseguir un ahorro puesto en duda.

En Álava, los concejos tienen el 80% del monte público.

“Van a dar un golpe mortal a la identidad de nuestros pueblos, los van a convertir en meros barrios de los ayuntamientos y no va a suponer ningún ahorro, puesto que las juntas vecinales y los concejos no reciben ningún fondo ni de la Administración estatal, ni de la autonómica”, explica Bernardo González, presidente de la junta vecinal de Nestares (Cantabria). El mundo rural se opone a la aniquilación de sus estructuras democráticas, propuesta en el anteproyecto de Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local. Dicho anteproyecto se enmarca en la reforma de la Ley de Bases de Régimen local que, a su vez, forma parte de las medidas que el Consejo de ministros anunciaba el mes de julio y que se tomarán este semestre con el objetivo de que las Entidades Locales se adapten a la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera. Sin embargo, desde el punto de vista de concejos y juntas vecinales se trata de una estrategia de centralización, un expolio de los bienes comunales y un gesto complaciente hacia una Unión Europea, que desconoce el carácter, arraigo y utilidad de este tipo de entidades.

El mundo rural se defiende

De las medidas que contendrá la reformada Ley de bases de Régimen local, texto legal de 1985 que regula entidades locales menores, municipios y provincias, el Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas adelantaba en julio la supresión de 3.725 entidades locales menores, además de aquellas mancomunidades “que no superen los criterios de evaluación”, el “fortalecimiento” de la figura de los interventores municipales, que pasarán a depender del Ministerio de Hacienda, y la eliminación de 21.338 concejales.

Actualmente, muchos pueblos, especialmente en el norte, se administran por junta vecinal, formada por un presidente y vocales elegidos directamente, o por concejo abierto, en el que participa una persona por unidad familiar. Se encargan de este modo de gestionar los servicios públicos más básicos: agua potable, saneamiento, luz pública, obra pública, mantenimiento de viales, casa del pueblo, cementerios, etc. Su supresión retirará a vecinas y vecinos la capacidad de decisión en beneficio de los ayuntamientos y diputaciones provinciales, pese a que este primer escalón administrativo, con fuerte arraigo en el territorio, es el más cercano. “Hay un fuerte reconocimiento de este tipo de entidades en el mundo rural: de hecho, en las elecciones municipales se vota más a la entidad local que a los propios ayuntamientos”, explica José Manuel García del Valle, secretario general de la Federación Asturiana de Parroquias Rurales.

Javier Argote, de la Federación de concejos de Álava, donde hay 335 concejos, destaca: “Somos asamblearios, por lo que cada vecino decide lo que se hace”. Esta federación presentó en 2011 una campaña a favor de los concejos con el lema “La democracia real ya existe en nuestros pueblos”, en alusión al 15M, resaltando la conveniencia de extrapolar su modelo a otras instituciones. A ellos está vinculada también la organización de las tareas del común, que se realizan mediante trabajos colectivos (“sestaferias”, “facenderas”, “a veredas” o “auzolan”, según la zona). El pueblo pone la mano de obra y las diputaciones los medios.

“Yo no sé dónde ven el ahorro”, se pregunta Mónica Villacorta, presidenta de la junta vecinal de Tarilonte de la Peña (Palencia), “nosotros no cobramos y si dejamos de hacer nuestro trabajo van a tener que contratar a una empresa”. Para Argote, la respuesta es clara: “No hay ningún ahorro ni en cobros de sueldos ni en gastos de administración. La idea general que se palpa es que se pretenden esquilmar todos los bienes que tiene las entidades locales menores, los comunales”. En Álava, por ejemplo, los concejos son propietarios del 80% del monte público y de más del 70% del patrimonio edificado. En el caso de Nestares, “nos confiscarían un patrimonio de más de ocho millones de euros”, explica González. El campo de golf del pueblo, propiedad de la Junta vecinal, vale más de cuatro millones, a los que hay que añadir 60.000 metros cuadrados de terrenos urbanos, 24 hectáreas de terreno rústico, edificios, mobiliario y equipamientos. Para Argote, “el gasto va a ser mayor porque todo aquello que se está haciendo de una manera gratuita, al pasar al ayuntamiento o las diputaciones, va a tener un coste”. En general, con el rendimiento económico que se saca de los bienes comunales los pueblos pagan sus gastos.

Para el ministro Montoro, estas entidades “son demasiado opacas y no rinden cuentas”. Sin embargo, los pueblos denuncian serias dificultades para hacerlo. En algunos lugares, como en Cantabria, se exige su presentación por internet, cuando buena parte de la población rural carece de conexión. Según García del Valle, “la mayoría de municipios del noroeste de España no tiene endeudamiento, normalmente generan beneficios”. Por supuesto, no están exentas de corruptelas que, como en otra instituciones, pueden ser denunciadas.

El refuerzo de las diputaciones, cuyos cargos no son de elección directa, es interpretado por García del Valle como “un paso más para centralizar y tener el control desde el Gobierno estatal de los municipios”. En esta línea, la supresión de las juntas “serviría también a los ayuntamientos para eliminar una administración que puede discutirles sus decisiones”, subraya González-Antón, que, en su ejercicio como abogado, ha llevado diversos pleitos entre juntas y ayuntamientos. Las declaraciones políticas de los últimos tiempos, sobre todo de ámbito autonómico, hacen creer a las federaciones que la propuesta no prosperará y esperan que esto sirva, entre otras cuestiones, para clarificar sus competencias y poner en valor su labor.

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JUNTAS, CONCEJOS, PARROQUIAS... EN LUCHA

Estas pequeñas administraciones, que desde hace siglos conforman la vida colectiva de los pueblos en diversos territorios de España, en especial en el norte, son, pese a su fuerte implantación en el imaginario colectivo rural, sumamente desconocidas.

La provincia de León concentra 1.234 de estos entes, Cantabria 524, Navarra 340 y el País Vasco 348. En cambio, en otros territorios prácticamente no existen: Andalucía tiene 48, la Comunidad de Madrid dos, o la provincia de Valladolid nueve. Su distribución irregular ha contribuido a la ignorancia acerca de su carácter de primer escalón de la estructura administrativa del Estado.

En respuesta a la amenaza de su supresión, las entidades locales menores han decidido organizarse. “Estamos montando federaciones propias, como ya había en algunos sitios –Navarra, Asturias, Álava–, pero en otros muchos estaban sin organizar, en parte por dejadez, y en parte porque había instrucciones de los partidos mayoritarios, que no están dando facilidades para que nos asociemos y tengamos voz propia”, reflexiona González-Antón.

Siguen un modelo multipartidista y horizontal y están optando, en general, por vincularse atendiendo a la realidad territorial, agrupándose por provincias y comunidades autónomas que trabajarán en red para cuestiones de ámbito estatal. Fruto de este trabajo en común, el pasado septiembre unas cinco mil personas llegaban a Madrid para defender las entidades menores con un nulo eco en prensa.

Ninguna entidad local fue consultada para la redacción del anteproyecto, aunque sí la Federación Española de Municipios y Provincias. Sin embargo, consideran que ésta no representa sus intereses: “Cuando les consultaron, debieron pensar que si nos suprimen, mejor, porque se quita un contrapoder. Muchas veces las juntas tienen más patrimonio que el propio municipio, que mejoraría sus cuentas formidablemente”, explica.

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