Por Ara Antón, Escritora
Queremos vivir —no sólo en León, en toda España— del turismo, y por pura desidia u oscuros intereses que es preferible no tocar, nos permitimos el lujo de destruir las ruinas de una ciudad romana —y casi con total seguridad de dos; también Lancia con su carga legendaria de defensa astur— para unir dos barrios, como «la mejor solución de futuro», dicen. Me sorprende que aún no se haya propuesto la destrucción de nuestra maravillosa y única catedral, que nuestros antepasados construyeron sobre una tierra considerada sagrada desde siempre, puesto que corta el paso hacia la zona de San Pedro y el barrio de El Ejido. Por tanto, y para mayor comodidad de vecinos, arquitectos o ingenieros, lo más conveniente, en vez de buscar vías alternativas —que sí, que ya sé que se han buscado— sería derruir el monumento y construir varios carriles que facilitaran el tráfico, en lugar de obligar a circunvalar la ciudad, buscando entrada o salida a los susodichos enclaves. Sus restos podrían venderse a los americanos para aliviar la crisis o, como alguien propuso en su momento, emplearse en la construcción de hospitales.
Señores, si hemos conseguido ahogar todos los medios de producción o mantenimiento de nuestra castigada provincia y ahora pretendemos agarrarnos, como única tabla de salvación, al turismo, ofrezcamos a nuestros posibles visitantes algo más que el canal romano situado en el parque de El Cid, porque me temo que eso no es lo que esperan cuando ofertamos el circuito por una ciudad que presume —por decir algo— de
fundación romana.
Pero en pequeñas, y desde luego insuficientes, excavaciones realizadas en el vicus Ad Legionem ya hemos encontrado media docena de piezas que «se han inventariado y están custodiadas en el Museo de León, con lo que la conservación no
resulta ya prioritaria». Y lo decimos sin rubor, con el desparpajo del político que, por el hecho de serlo, se cree una especie de reencarnación de los denostados caciques, los cuales, mal que nos pese, siguen surgiendo como setas en otoño.
El delegado territorial de la Junta en León —sufriendo lo suyo, imagino— declara que él ha hecho lo posible... ¿Para qué? Pregunta uno, confuso hasta la insuficiencia. ¿Para seguir anulando lo que nos queda, tal vez? ¿O es que somos mal pensados y no sabemos interpretar por qué Valladolid no deja de crecer, mientras nosotros nos hundimos cada día un poco más? Y que conste que nada tengo en contra de los vallisoletanos o sus políticos, aparte de una sana envidia. Trabajan por su ciudad y
tratan de conseguir para ella lo mejor, haciendo desaparecer incluso posibles competidores. Los nuestros —los políticos digo— andan obsesionados con su salto a Valladolid y no pueden ocuparse de León. Y a los leonesitos de a pie no parece importarnos mucho que nos ninguneen. Hemos olvidado —o puede que nunca lo hayamos conocido— nuestro pasado glorioso, que podría darnos de comer y aportarnos valor para defender lo nuestro. Ignoro si somos conscientes todos o sólo unos pocos de que
León se muere y a nadie parece importarle.
Nos echan en cara nuestro número de pensionistas. Pero ¿quién se va a quedar aquí, con los sueldos que cobramos y los brillantes puestos de trabajo que podemos ofrecer? Los jóvenes han de buscarse la vida en lugares con más oportunidades, lo mismo que en su día hicieron esos jubilados, quienes, después de dejar su sudor y sus impuestos en provincias, no sé si más ricas o simplemente más reivindicativas,
regresan para morir en la tierra que, a pesar de todo, aman porque saben muy bien que los hombres y no el terruño han sido los responsables de su obligado desarraigo.
León tenía multitud de recursos que poco a poco han ido desapareciendo. Ahora es su patrimonio histórico el que molesta; tapémoslo, por tanto. Se me ocurre que ya puestos a borrarnos del mapa y a restarnos importancia, podríamos, quizá, inventarnos un plan de reordenación del territorio, para reunir las tierras con características similares. ¿Qué mejor que conseguir que nuestra porción de Tierra de
Campos se integre en las provincias que son, en sí mismas, Tierra de Campos? ¿Y nuestra montaña y sus riquezas potenciales? Tenemos demasiada. Una buena tajada le vendría bien a Palencia, por ejemplo. Y así. Esto, claro, es una fantasía nacida, como podrían apuntar algunos, de un doloroso resentimiento; una exageración que nunca se va a dar. ¿O sí?
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