Por Cristina Marín Chaves Geóloga, Experta en Conservación del Patrimonio
Vaya por delante: no quiero aquí entrar en discusiones entre partidos e instituciones arrojándose los unos a los otros unos restos arqueológicos y una autovía a la cara. Yo sólo soy una técnica y como tal escribo; la polémica entre historia e identidad frente a progreso y comunicación, desde mi punto de vista, no existe. Ambas cosas no están muy alejadas.
Al visitar los restos de Lancia puestos al descubierto por la autovía A-60 se constatan tres hechos fundamentales: Uno, que la traza termina justo en el límite de las excavaciones. Más allá sólo hay campos. Dos, que el yacimiento de Lancia se ubica en una zona eminentemente rural, pero muy cerca de la cuidad de León y en un área de gran riqueza patrimonial. Y tres que no es esperable que los restos, tal y como están expuestos a la intemperie actualmente aguanten mucho tiempo más sin sufrir una afección severa a su integridad.
Vayamos por partes: A menudo se ha dicho que la mejor manera de preservar un yacimiento es no excavarlo. Claro que así nos perdemos la información que nos pueda aportar, sobre todo si se trata de uno tan importante como Lancia. Un yacimiento es un precioso libro de piedra en el que hay que leer detenidamente las páginas, ordenarlas si es necesario y proteger cuidadosamente para que otros sepan y puedan leer lo que nosotros no hemos podido o sabido. De la misma manera que no aceptaríamos ver la sección de incunables de una biblioteca en un patio de luces, tampoco deberíamos admitir dejar un yacimiento del valor de Lancia al descubierto y desprotegido. Y con estas palabras, no me refiero sólo a los restos hallados y excavados en la autovía, no. También incluyo los restos ¿preservados? por la Diputación en lo alto del cerro, cuyas únicas instalaciones son una valla y una caseta de madera de “garden center” donde no está ni el guarda, que espera en su coche la llegada de algún aguerrido visitante. Y ¿qué encuentra? Nada o prácticamente nada, sólo un folleto. Ni una mesa de información ni carteles explicativos. Nada. Unas tristes piedras languideciendo entre musgo y matojos. En su día debieron de ser consolidadas a juzgar por el mortero -posiblemente bastardo- que se adivina en la parte alta de los muros para impedir la entrada de agua. Pero nadie se ocupó de evitar la proliferación de vegetación, ni mucho menos de un mantenimiento efectivo. Y la lectura del yacimiento, del libro de piedra, ya de por sí difícil por la falta de información adicional, se hace aún más complicada para un profano, que apenas puede distinguir las estructuras. Y te vas con tristeza, con la sensación de que lo que fue un enclave importantísimo hace dos mil años parecen ahora sólo cuatro piedras viejas.
Cuatro piedras viejas que se extienden por el llano por donde cruza una autovía. No es ninguna novedad, hace años que se sabía que estaban allí. El que ahora se haya decidido salvarlas a algunos les parecerá una molestia, a otros una pérdida de tiempo. Otros incluso opinan que es una pérdida de dinero. Volvamos al punto dos. Estamos clamando por la revitalización del mundo rural, por fijar la población y evitar el éxodo por la falta de oportunidades. Ahí las tienen. Un yacimiento como éste es una verdadera oportunidad para la zona. Sí, una industria puede traer fácilmente puestos de trabajo pero también se los puede llevar. La puesta en valor y difusión del patrimonio es riqueza a largo plazo, puesto que un yacimiento no se puede “deslocalizar”. Es lo que se vio en la pasada feria AR&PA, cuyo congreso internacional versó sobre la economía del Patrimonio y en la que el Premio regional fue para Gotarrendura (Ávila) por la “ejemplar apuesta y esfuerzo colectivo de un pequeño municipio por un modelo de desarrollo rural sostenible basado en la conservación de los recursos patrimoniales y culturales”.
Si enterramos Lancia, enterramos el futuro de esa zona. Por el contrario, si lo preservamos, mantenemos y difundimos, estamos salvando también la propia subsistencia de esas gentes. Hay muchos ejemplos de esto, el primero y más cercano lo tenemos en La Olmeda, también premio AR&PA 2010. Pero hay más y muy parecidos a éste. En Sant Pol de Mar, en el Maresme, Barcelona, se ubica el CAT (Centre d’Acollida Turística) de Can Morer de Tèia. Se trata de una construcción romana dedicada a la producción de vino. La excavación fue financiada por abertis, la concesionaria de la autopista que pasa por encima. Sobreelevaron la traza y la propia vía hace las veces de cubrimiento del yacimiento. Se ha puesto en valor mediante la figura CAT antes mencionada, se ha editado un interesante folleto y actualmente es un centro de atracción turístico en la zona, más allá de Barcelona o de las playas cercanas. Otros ejemplos similares los encontramos en la AP-7, una de cuyas áreas de servicio se ubica junto a las canteras romanas de Tarraco (Mèdol) o incluso otra en la autovía entre Roma y Tívoli que también integra restos arqueológicos.
Aquí la estación de servicio ya la tenemos. Vamos a aprovechar la oportunidad que nos brinda la historia y con imaginación integremos pasado y futuro. Al fin y al cabo, punto uno, la traza de la autovía termina en los límites del yacimiento. No es excusa para su retraso. Terminemos lo que hay avanzado, que todas la autovías se abren por tramos. Salvar Lancia no es sólo salvar la historia, es también salvar el futuro de una parte importante de León.
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