Por Esther Álvarez Vega, Héctor Álvarez Vega, Ricardo Chao Prieto, María Ferrer Díez, Alberto Flecha Pérez, Mª Teresa García Montes, Óscar González García, David Martínez Pérez, Aquilino Santamarta Cienfuegos, Tomás Sarmiento García
Por la presente los abajo firmantes, licenciados y profesores de Historia, queremos mostrar nuestra más firme repulsa a una gran parte del contenido del cómic publicado por su Fundación bajo el título “Historia de Castilla y León en Cómics: De Atapuerca a los Trastámara", dibujado por Miguel Díez Lasangre, y con guión del mismo y de Ámbito Ediciones.
Nuestra repulsa se debe a los contenidos denigratorios para la historia leonesa, así como a los numerosos errores y anacronismos históricos que pueblan la obra. En general se observa un claro sesgo laudatorio de Castilla y de difamación de lo leonés ante el que no podemos permanecer callados.
En la Presentación y en la Introducción existen varias referencias a Castilla y León como “pueblo” y “pueblo singular”, lo que consideramos que contraviene el espíritu del Preámbulo del actual Estatuto de Autonomía, donde se reconoce a leoneses y a castellanos como regiones históricas diferenciadas. Además, se presume de “el rigor de los hechos aquí descritos”, que como demostraremos a continuación, es una afirmación que dista mucho de la realidad.
En la sección dedicada a la Prehistoria se puede contemplar a un hombre dibujando un castillo y un león con sus respectivos colores heráldicos en lo que parece ser un abrigo prehistórico. Al ser preguntado por una mujer, el artista responde que ha visto la escena “en un sueño”: dejando aparte el dudoso gusto humorístico de la viñeta, parece toda una declaración de intenciones, según la cual la actual comunidad autónoma de Castilla y León (fundada en 1984, no lo olvidemos) ya estaba predestinada a existir desde el amanecer de los tiempos, como si de una idea platónica se tratase. Imaginemos que el cómic se hubiera publicado en el País Vasco, y en lugar de un castillo y un león el hombre hubiera dibujado una ikurriña: el escándalo estaría garantizado, y la obra sería acusada de nacionalista.
Posteriormente se habla de los "celtas de la meseta", o "pueblos de la meseta", presentados de forma artificial como un único conjunto cultural, aunque se nombran de pasada los nombres de algunos de los pueblos (vacceos, astures, vetones, etc.). En el cómic se presta una muy especial atención a los vacceos y, sobre todo, a los celtíberos, como pueblos más representativos de la Meseta: a estos últimos y al asedio de su ciudad de Numancia se les dedica más de cuatro páginas, con todo lujo de detalles: asedio, vista de la ciudad, etc., mientras que en ningún momento aparecen retratados los astures, que habitaron en parte nuclear de lo que con el transcurrir de los siglos sería el reino de León, y que junto a los cántabros fueron los últimos en ser conquistados por Roma. Los astures tan solo aparecen mencionados (nunca retratados) en los textos de un par de viñetas, y las guerras astur-cántabras son citadas a la ligera y de pasada en el mismo momento en que se cita a los galaicos, quienes por cierto nunca habitaron en el territorio de la actual comunidad autónoma de Castilla y León. No es la primera vez que su Fundación publica materiales pseudoeducativos y pseudohistóricos en los que se sugiere descaradamente una identificación cuasi-racial entre los españoles que actualmente habitamos Castilla y León, y los antiguos celtíberos, que ni siquiera entre ellos formaban un conjunto etnocultural homogéneo.
En la página 24 se afirma que “UNA VEZ TERMINADA LA CONQUISTA, LAS TIERRAS DE LA MESETA PASARON A FORMAR PARTE DE LA REPÚBLICA DE ROMA, ENMARCADAS ADMINISTRATIVAMENTE EN LA PROVINCIA CITERIOR”: imaginamos que los autores se refieren a la provincia Citerior Tarraconense, aunque obvian las posteriores divisiones administrativas romanas en las que la meseta quedó dividida entre diferentes provincias.
Por otra parte, los mapas de la actual Castilla y León aparecen constantemente desde la Prehistoria, con lo que se construye un anacrónico marco histórico. Sería comprensible que figurara un mapa al comienzo de la obra con las principales ciudades históricas, pero ponerlo con tanta frecuencia no resulta lógico y refleja la intención de aunar pasado y presente de una manera forzada y tendenciosa.
La época de las invasiones bárbaras (suevos y visigodos) sí que está tratada con rigor histórico, y lo mismo puede decirse de los orígenes del reino asturleonés. Pero con el surgimiento de Castilla como condado se habla de la aparición del castellano, pero ni una palabra del leonés, que como bien sabrán aparece reflejado en el artículo 5.2 del actual Estatuto de Autonomía (“El leonés será objeto de protección específica por su particular valor dentro del patrimonio lingüístico de la Comunidad. Su protección, uso y promoción serán objeto de regulación").
Un gravísimo error histórico, que consideramos totalmente intencionado, es la aparición del castillo heráldico del reino de Castilla en los ropajes y escudos en la época condal, lo que constituye un nuevo anacronismo, ya que ese blasón no apareció hasta finales del siglo XII, es decir, más de dos siglos después de la época supuestamente retratada por el dibujante. Evidentemente su uso tiene como fin que el lector vaya identificando "nacionalmente" a esa Castilla primigenia, y esa sensación se refuerza en la ilustración de la Batalla de Simancas, en la página 38, donde aparecen en plano de igualdad escudos con leones y con castillos. Todo eso cuando faltaban nada menos que unos 130 años para el nacimiento de la heráldica.
Por otro lado, el sesgo castellanista también es evidente cuando con anterioridad Fernán González aparece como un igual del rey Ramiro II, portando un castillo heráldico en el pecho. El auténtico protagonista de estas páginas es el conde castellano, que figura idealizado, mientras que el rey leonés Ramiro II aparece como una especie de personaje secundario cómico que se humilla ante él para pedirle ayuda.
En la página 39, la afirmación de que “Fernán González ya actuaba en la práctica como si fuera un rey” es totalmente gratuita, ya que siempre intentó estar dentro de la corte leonesa influenciando entre las distintas facciones y buscando su propio beneficio, como era propio de la nobleza medieval. Otro error histórico consiste en decir que “sus gestas serían narradas en el famoso poema que lleva su nombre”: el mencionado poema se escribió a mediados del s. XIII, unos tres siglos después, y está lleno de invenciones y leyendas, lo que prácticamente lo invalida como fuente histórica. Además, en los escasos documentos y diplomas conservados de los condes castellanos siempre figura el rey de León o el de Pamplona como autoridad superior.
Resulta prácticamente una constante en el cómic que los reyes y protagonistas leoneses aparezcan como personajes cómicos y risibles, mientras que los castellanos, por el contrario, figuren como héroes serios y majestuosos. Este sesgo se debe a una interpretación nacionalista castellanista de la historia que conduce al menosprecio de lo leonés, y que sólo puede clasificarse de provinciana e insolidaria hacia el resto de los españoles.
Nuevamente, en la página 45, los condes castellanos portan escudos heráldicos y una bandera de Castilla en lo que parece ser una gala del anacronismo histórico, heráldico y vexilológico ya que, como ya hemos dicho, faltaba más de un siglo para el nacimiento de la heráldica, y unos 150 años para que Alfonso VIII de Castilla forjase el emblema del castillo como símbolo de su reino. Este grave error se repite a lo largo del cómic, lo que invalida el “rigor” del que se presume en la Introducción.
Se podría hablar también de la tendenciosidad en cuanto a la interpretación de ciertos hechos históricos, como continuar insistiendo en el mito de que Fernando I fue el primer rey de Castilla. Aunque en una nota al final del episodio se reconoce que ello es falso según las investigaciones más recientes -ya que sólo tuvo y usó el título de conde-, sin embargo en las ilustraciones sólo se refleja la tesis “tradicional”, más acorde con las posturas nacionalistas castellanas.
Se comete otro anacronismo al presentar a Fernando I con un escudo partido de Castilla y de León, seguramente para representarlo como un antecedente de la actual comunidad autónoma.
Además, en el cómic Fernando I asesina en persona al leonés Bermudo III, cuando sabemos que éste último murió a manos de varios lanceros cuando cargaba a caballo contra las filas castellanas y navarras. La escena puede que aporte dramatismo, pero una vez más va contra el rigor histórico.
En la línea de presentar a los leoneses como personajes negativos, Alfonso VI y Urraca aparecen retratados como personajes torvos, con ojos oblicuos, frente a la majestuosidad de Sancho II (página 49) La lindeza se repite en la página 50 con un Alfonso VI patético y cobarde en la batalla, que huye mientras continúa alegando que “León es mío... Papá me lo dio”, lo que claramente lo ridiculiza frente a la seriedad y la fuerza de su hermano castellano.
Como era de esperar, no podía faltar la leyenda de la supuesta traición de Bellido Dolfos, retratada tal y como transmiten los tardíos cantares de gesta castellanos, mientras que se omiten las versiones de las crónicas coetáneas y posteriores, que reflejan el episodio de una manera muy diferente, en la que Bellido actúa simplemente como un caballero leal a Urraca y Alfonso, jugándose la vida en un rápido ataque por sorpresa. Al igual que los otros personajes leoneses, Bellido es dibujado con aviesos ojos oblicuos (página 51). Resulta surrealista retratar como traidor a un guerrero que estaba defendiendo su ciudad.
Tras la muerte de Sancho, Alfonso VI se convierte en “bueno” y en la pechera luce el escudo partido de Castilla y León. En el mapa de la página 54 el reino figura como “Reino de Castilla y de León”, es decir, dando una preeminencia a Castilla que no existe en ningún documento ni crónica de la época. En la misma página 54 Alfonso toma Toledo con un estandarte cuartelado de Castilla y León, emblema al que todavía le quedaban unos 150 años para existir.
Otra mentira histórica que no podía faltar es la Jura de Santa Gadea (página 58), una leyenda sin base real en la que el Cid toma juramento a Alfonso de que no ha participado en el asesinato de su hermano.
Se dedican nada menos que tres páginas al Cid, a quien contemplamos asediando Valencia utilizando trabucos o trabuquetes de contrapeso, unos ingenios que no se emplearon en Europa hasta el siglo XIII. (página 60).
Sin ningún rubor, el reino ya es llamado Castilla y León, y Alfonso VII figura con un escudo partido de Castilla y de León, aunque esporádicamente se menciona al reino de León. Cambiar de nombre al reino cada poco no es coherente, aunque hay que partir del hecho de que una historia de Castilla y León en bloque y monolítica ya es una incoherencia de base.
A Alfonso VII se lo denomina “rey castellano” en la página 64, y en el mapa de la página 65 sus dominios aparecen como "Reino de Castilla y de León". El artista y sus asesores deberían haber leído antes la coetánea “Crónica del Emperador Alfonso”, donde Alfonso VII figura constantemente como "rey de León" o "rey leonés". Pero una vez más, eso les habría roto el discurso castellanista que constituye el hilo conductor del libro. También porta un escudo partido de Castilla y de León, y sus tropas toman Almería enarbolando una bandera cuartelada de Castilla y León; el anacronismo es más grave porque precisamente Alfonso VII es el primer monarca del que sabemos que portaba el león como símbolo tanto en sus monedas como en sus armas y en sus estandartes.
La separación entre León y Castilla tras la muerte de Alfonso VII está retratada de forma que una vez más los “buenos” son los castellanos, y poco después el rey leonés Alfonso IX aparece como el “malo”, entre otras cosas poniendo excusas ridículas para no acudir a la batalla de las Navas de Tolosa (en realidad, el rey leonés no acudió porque era enemigo de Alfonso VIII de Castilla). Por supuesto, no se menciona la participación-a título personal- de algunos caballeros leoneses en dicha batalla.
Especialmente penoso es el tratamiento de las Cortes de León de 1188, ya que son las primeras de la Historia en las que hubo representantes de las ciudades, y son por tanto el antecedente del sistema parlamentario. También fue la primera vez en que un rey recortaba sus poderes y se comprometía a buscar el acuerdo de los ciudadanos para asuntos tan esenciales como declarar la guerra o hacer los tratados de paz. Nada se dice de esto, y en cambio sólo se las menciona como “el germen de las Cortes de Castilla y León”. Se resumen en cinco viñetas, y son presentadas como una simple excusa de Alfonso IX para sacar dinero al pueblo.
Más adelante, tras la unión de las dos coronas en 1230, en la página 91 se narra el celebérrimo acto heroico de Guzmán El Bueno, pero en ningún momento se dice que era leonés. Por si fuera poco, en la página 92 sale con un escudo cuartelado de Castilla y León, que ya existía en la época, pero que estaba reservado para uso exclusivo del rey y su dinastía.
En otro orden de cosas, en todo el libro no hay ninguna mención al leonés como lengua romance, pero sí hay muchas al castellano, que aparece como única lengua del reino: la única excepción anecdótica la constituye la mención al galaico-portugués de las Cantigas de Santa María de Alfonso X.
En las guerras civiles a partir del siglo XIII, nunca se citan las ocasiones en que León estuvo a punto de separarse de Castilla. En la página 93 se habla de la creación de las hermandades para luchar contra los malhechores, pero no se menciona que el reino de León creó la suya propia y diferenciada de la castellana. Se habla de las cortes, pero tampoco se dice que con frecuencia y durante muchas décadas se reunían por separado las de León y las de Castilla, etc., etc.<
Con estos ejemplos, aunque podrían exponerse algunos más, creemos que queda clara la parcialidad y el nulo rigor histórico del cómic en lo relacionado con la Historia de León. Los abajo firmantes creemos que transmite una imagen negativa de los leoneses y de su historia que en nada puede beneficiar a la comunidad autónoma en que tenemos que convivir leoneses y castellanos.
Por todo ello, les exigimos, en cumplimiento de las más elementales normas de convivencia democrática y de los principios constitucionales del Estado español, del que todos formamos parte aunque ustedes parecen empeñados en dividirlo, la retirada de la circulación del mencionado cómic “Historia de Castilla y León en Cómics: De Atapuerca a los Trastámara", recomendándoles un rigor histórico real en la confección del segundo volumen.
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