Por Carlos Cuenya González
Desde que tengo memoria lectora, siempre he considerado a Pedro García Trapiello como un maestro, tanto en el uso de la palabra como en la profundidad de su conocimiento del ser leonés; pero su postura sobre la triste historia del pantano de Riaño me despista cada vez más. Aunque suele citar la Montaña en sus artículos, es rara la ocasión en la que le hemos visto dedicar uno completo, ni a favor ni en contra, al asunto del pantano y a sus consecuencias para León. La pluma de Trapiello brilló por su ausencia durante el conflicto, allá en los 80. No aparece, pese a ser colaborador habitual de la misma, en el monográfico que la Revista de la Casa de León en Madrid dedicó al pantano en el verano de 1986. No está en el libro «Riaño vive», que publicaron los antipantano; ni en el libro «Riaño», que publicaron los pantaneros. No le encontramos tampoco en las hemerotecas del Diario de León de la época. Ni hay en «El chivo explicatorio», ya en los 90, artículo alguno sobre el asunto.
Sin embargo, desde la aparición de la Plataforma para la Recuperación del Valle de Riaño, el columnista entra en escena con gran ímpetu, y nos obsequia con una tanda de artículos («Bien, coño, bien»; «A demoler», «Al fin la voladura» y «Robo embalsado») que le muestran mucho más preocupado por el posible vaciado del pantano de lo que le vimos nunca por su llenado. En ellos, el autor se plantea inquietantes preguntas, pronostica desastres si el embalse se vacía, y hace befa y mofa de la Plataforma. Uno, como simpatizante y colaborador ocasional de la misma, acepta a regañadientes que lo del caldero (un símbolo) pueda prestarse a cierto cachondeo; pero me cuesta creer que un pensador de los ríos no sea capaz de ver que antes del objetivo final (el vaciado, total o parcial, del pantano) hay otros dos no menos importantes: el primero que no se olvide lo que pasó; para que no vuelva a pasar. El segundo que se reabra el debate sobre la gestión del agua en este país, donde el modelo de agricultura es Almería y el de urbanismo Marbella; y que en ese debate se tenga en cuenta que los perjudicados por esa gestión casi siempre somos los mismos: los que vivimos en zonas de montaña. En este sentido, lo que realmente me molesta, cuando leo algo del escritor sobre el tema, es que tengo la impresión de que frivoliza sobre lo que la construcción del pantano supuso para el conjunto de la comarca, y presenta una extraña fijación respecto al dinero cobrado por los expropiados. Confirmo esa impresión leyendo el magnífico especial que la revista «Argutorio», de Astorga, dedica al pantano en el año 2007. En él, con la perspectiva que dan 20 años, toda una serie de primeras espadas leonesas coinciden en el mismo análisis: «El pantano fue un negocio dudoso para el Estado, ruinoso para León, y mortal para la Montaña de Riaño». Todos menos Trapiello, que dedica sus dos páginas a criticar la creación del Nuevo Riaño -”curiosamente el único acierto de todo el proceso-” y, una vez más, a hablar del dinero cobrado por los desalojados; personificados, según el autor, en la figura de la «señora Remi», corrupta antecesora del sastre de Camps, que «por tener máquina de coser en casa, cobró el «lucro cesante» por ser «de toda la vida» modista profesional». De las mil lecturas que tiene el tema del pantano, la del dinero cobrado por los exiliados (calderilla en el balance de gastos y beneficios de la obra) es una de las más repetidas por quienes confunden el valor de las cosas con su precio; pero que esto sea el caballo de batalla de alguien a quien consideramos un intelectual leonés, con la que cayó aquí, es el colmo de los colmos. La historia del embalse fue una infamia desde la aprobación del anteproyecto en 1963 hasta que se acabó la variante de Prioro en 1993. Ya no sólo por lo que se hizo, sino por cómo se hizo: la inanidad de las administraciones, que dejaron crecer una generación entera -”la de los 80, la que se subió a los tejados-” en un proceso sádico y chapucero que duró 30 años; la prisa final por cerrar y destruirlo todo, antes de que entrara en vigor la directiva europea que obligaba a evaluar el impacto de las grandes obras; la brutalidad empleada contra una comunidad acogedora y pacífica, que jamás había dado un problema a España; la humillación de las carreteras sin construir (o construídas sobre los escombros de los derribos) que padecimos los montañeses muchos años después de que la presa se cerrara; la forma vil de enfrentar al norte y al sur de la provincia, para defender los intereses de la banca y las eléctricas; el papel nauseabundo de la Diputación, que pagaba pancartas y viajes a los regantes, como reconoció, 20 años después, el presidente de Acopris; la estafa histórica de los regadíos leoneses, con un campo que hoy es un desierto humano igual que el nuestro... Y tú, Pedro, maestro, ¿sólo te acuerdas de la máquina de coser de la señora Remi? Cuando se hace un pantano en el corazón de una comarca de montaña, los daños son irreparables para la totalidad de esa comarca. Trapiello pide imdemnizaciones por lucro cesante para los regantes si el pantano se vacía; pues nosotros vamos a pedir daños y perjuicios por tenerlo ahí. ¿El motivo? Seguimos teniendo una casa preciosa, pero ahora hay un charco en mitad del pasillo. Consciente de la dificultad que entraña el cálculo de esos daños para Valdeón, Sajambre, Valdeburón, Alión, Alto Cea y Tierra de la Reina, me limitaré a redactar mi propia carta de reclamación.
«Muy señores míos: Durante 10 años, por motivos laborales, tuve que desplazarme diariamente desde Prioro a Riaño. Teniendo en cuenta que los 19 kilómetros que antes nos separaban, tras el pantano son 30, ruego a ustedes me hagan efectiva la diferencia, que según mis cálculos, a 20 pesetas el kilómetro, asciende a 880.000 pesetas». Mi único problema es que no sé si dirigir la carta a Jesús Calvo, a la CHD o a Iberdrola. Me decidiré por Iberdrola, que es quien turbina millones con nuestro agua allá en los saltos del Duero. Y para que nadie me llame también pesetero, sólo voy a pedir un favor: que no repitamos el mismo error, con similares protagonistas, 40 años después. Que no nos vuelvan a engañar. No a la Sama Velilla.
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