sábado, 18 de mayo de 2013

AD LEGIONEM, CUNA DEL CRISTIANISMO HISPANO

Por David Gustavo López, ingeniero y escritor sobre temas leoneses

Es conocido que la ciudad de León debe su origen al campamento romano que, pocos años antes de la era cristiana, levantó la Legio VI Victrix sobre un altozano situado en el vértice de confluencia de los ríos Bernesga y Torío. Casi un siglo más tarde, en el año 74 d.C., la Legio VII Gemina, cuerpo de ejército que seis años antes había reclutado Galba, gobernador de la provincia Hispania Tarraconensis, para levantarse contra Nerón y conseguir ser nombrado emperador, sustituyó a la Victrix y fijó en León su campamento durante más de trescientos años, hasta el fin de la presencia romana en Hispania, en el siglo V. Durante todo este tiempo, la Legio VII fue la única guarnición existente en la Península Ibérica, seleccionándose este emplazamiento por causa de la vigilancia y apoyo logístico que, al menos hasta principios del siglo III, los soldados debían prestar a las explotaciones auríferas del Noroeste, donde, según escribe Plinio, se extraía el oro más abundante de la tierra. No obstante, destacamentos e intervenciones de esta legión son conocidos en toda la Península e, incluso, en Germania y Dacia, Gran Bretaña, Siria y norte de África. Por sus actuaciones fue también reconocida con los epítetos de Felix, obtenido a los pocos años de ser fundada, posiblemente por alguna acción contra los germanos antes de su establecimiento en León, y Pia, creen los historiadores que por su participación en la guerra civil entre emperador Septimio Severo y el aspirante al trono Clodio Albino, a finales del siglo II (1).

El número de soldados adscritos a una legión oscilaba entre 4.000 y 6.000, dependiendo en qué época del Imperio. En el año 70, por ejemplo, cuando la Legio VII Gemina fue fundada, los efectivos establecidos se hallaban en torno a los 4.800 infantes, reforzados con 300 jinetes y algunas unidades auxiliares.

Un contingente de esta naturaleza, asentado con previsión de larga permanencia, necesitó de importantes infraestructuras para cubrir sus propias necesidades, tanto defensivas como de la vida militar ordinaria. La más imponente de ellas es la muralla, cuya planta rectangular encierra una superficie de veinte hectáreas. En realidad se trata de dos murallas, levantadas en momentos diferentes. La primera, del siglo I, es hoy visible en algún tramo; la segunda, paralela por el exterior o superpuesta en algún tramo a la primera, data de finales del siglo III y principios del IV. Esta última conserva la mayor parte de su trazado y exhibe todavía 36 torres, lo cual sorprende a la mayoría de los visitantes.

Maqueta del campamento de la Legio VII

Las demás infraestructuras, fruto de excavaciones realizadas durante los últimos veinte años dentro del recinto del casco histórico, también constituyen un cúmulo de sorpresas agrupadas en la llamada ruta “León Romano”, ejemplo, largo ya, del poco aprecio mostrado por las distintas administraciones, donde se agrupan vestigios y cimentaciones de distintos edificios de las legiones VI y VII (contubernia o alojamientos de los soldados, almacenes, talleres, principia o edificio administrativo del contingente militar y lugar en el que se hallaba el templo de los dioses de legión, etc.); un tramo del acueducto que abastecía al campamento; la gran cripta que alberga una de las puertas principales de la muralla y parte de las termas descubiertas bajo la Catedral, construidas a finales del siglo I,

Cripta de Puerta Obispo. Aspecto parcial de las termas romanas (Foto: David G. López)

después convertidas en palacio real por el rey leonés Ordoño II (914-924) y, más tarde todavía, origen de la catedral románica que fue embrión de la gótica actual. Añádase la Cripta de Puerta Obispo a todo lo anterior, el importante hallazgo de un probable anfiteatro construido extramuros del recinto fortificado, así como un trazado de las calles del casco histórico que en parte es heredero del que tuviera el primitivo campamento, y se tendrá un conjunto urbano de arquitectura militar romana único en España. Interés que se incrementa al añadir los objetos encontrados en las excavaciones: epigrafía, cerámica, armaduras, joyas, etc.

Murallas de la calle Ramón y Cajal

Lápida sepulcral del armero Lucrecio Proculo, de su esposa y de su hijo (Museo de León)

EL ASENTAMIENTO DE LOS CIVILES QUE ACOMPAÑABAN A LAS LEGIONES

Un campamento militar de este porte y estabilidad también trajo consigo el establecimiento de una ciudad civil en sus inmediaciones: la cannaba, el lugar donde residían cuantos estaban vinculados o negociaban con el gran contingente de hombres allí destinados: familiares de los acuartelados –era práctica consentida que allí residieran las compañeras e hijos de los legionarios-, taberneros, comerciantes, artesanos, prostitutas... y alfareros, algunos tan conocidos por los arqueólogos como Cayo Licinio, autor de las primeras cerámicas decoradas a molde de la Península y principal abastecedor de la legión. Se extendía este poblamiento por algunas zonas extramuros inmediatas al campamento, principalmente a oriente (San Lorenzo) y occidente (San Marcelo), pero su núcleo principal, el que constituía una verdadera ciudad o vicus del campamento, cuya superficie alcanzaba veinte hectáreas y poseía una población estimada en cinco mil personas, se hallaba en el actual barrio de Puente Castro, en la margen izquierda del río Torío, sobre terrenos no edificados en su mayoría. Las primeras luces sobre esta ciudad se remontan a ciertos indicios hallados en el año 1977, si bien no se tuvieron pruebas fiables hasta 2001, con motivo de la construcción de la Ronda Sur de León. Pero ha sido en fecha más reciente, en 2010, cuando las excavaciones arqueológicas en las que han participado los arqueólogos Victorino Marcos y Víctor Bejega, previas a la apertura de un vial proyectado para enlazar “La Lastra” -ejemplo de urbanización arrollada por la crisis del ladrillo- con la circunvalación de León, han dado a conocer la verdadera importancia del hallazgo.

En ésta y siguientes fotos de excavaciones: Ad Legionem (Foto: David Gustavo López)


Más de cuatro mil metros cuadrados excavados palmo a palmo han puesto al descubierto un entramado de calles urbanizado, así como una decena de grandes construcciones, lo que demuestra la importancia pasada del lugar, máxime si añadimos que ya en el 2001 fueron excavados un importante edificio de planta basilical, terminado en ábside de planta cuadrada –posiblemente un edificio público-, y una casa con patio porticado, en torno al cual se disponían las diversas estancias. Entre los objetos hallados, además de gran variedad de recipientes cerámicos, joyas y otros enseres domésticos, destacan una gargantilla de oro y azabache, calificada como “una de las más agraciadas de la Hispania romana”, y un conjunto de instrumentos médicos y quirúrgicos, también catalogado por los especialistas entre los más completos de España. De las primeras excavaciones surgió también un lote de monedas con la efigie del emperador Filipo el Árabe (244-249), todo lo cual evidencia que no se trataba de un poblado chabolista, como era frecuente en las cannabae, sino de una población estable y de cierto nivel económico –posiblemente allí se encontrarían también bastantes legionarios licenciados- que, según anécdota puesta de manifiesto por los arqueólogos, se permitían el lujo de obsequiarse con ostras. Como vicus de un campamento estable, Ad Legionem posee carácter único en España, y son muy escasos los similares en Europa, destacando los de Carnuntum, en Austria; Aquincum, en Budapest (Hungría), y Mogontiacum -sólo se conservan algunos elementos importantes-, en Maguncia (Alemania). Todos ellos han sido puestos en valor y gozan de alta consideración entre los investigadores de la Historia Antigua.




Gargantilla de oro y azabache hallada en Ad Legionem, (Museo de León). (Foto:David G.López)

AD LEGIONEM, CITADA EN LOS “MAPAS” DEL SIGLO III Y EN DOCUMENTOS DE SAN CIPRIANO DE CARTAGO

Ya no cabe ninguna duda de que el vicus descubierto es el mencionado en el Itinerario de Antonino nº 1 -“mapa de carreteras” del siglo III- como Ad Legionem VII Geminam (Junto a Legio VII Gemina), la población que siguiendo la calzada de Italia a Legio está situada inmediatamente antes de llegar al campamento legionario. También queda claro que nos hallamos ante la Ad Legionem mencionada por San Cipriano de Cartago en su carta sinodal -epístola 67 del importante corpus que se ha conservado de este obispo- dirigida, hacia el año 254, “al presbítero Félix y a las personas residentes junto a León y Astorga (Felici prebytero et plebibus consistentibus ad Legionem et Asturicae) y al diácono Elio y a la comunidad de Mérida”. Por esta carta sabemos que Basílides, obispo de León-Astorga, y Marcial, obispo de Mérida, -algunos investigadores los vinculan al contrario (2)- habían apostatado de su fe durante la persecución iniciada por Decio en el año 250, por lo que fueron considerados libeláticos, siendo depuestos por sus respectivas comunidades y reemplazados en su sede episcopal por Sabino, en el primer caso, y por Félix, en el segundo. San Cipriano relata también cómo Basílides viajó a Roma para recurrir ante el Papa Esteban I (254-257), recién elegido en el cargo, y cómo mediante mentiras consiguió que el Pontífice le repusiera en su sede, lo cual estimuló a Marcial para hacer lo mismo. Ante esta situación, las comunidades cristianas de ambas diócesis se dirigieron al prelado cartaginés, con fama de sabio y muy versado en esta materia, para que les orientase sobre lo que debían hacer. Cipriano, tras reunirse y debatir la cuestión con treinta y seis obispos africanos, contesta a las comunidades cristianas hispanas y a sus representantes Félix y Elio y les exhorta a no admitir a los obispos depuestos, pese a lo indicado por el Papa, por considerar que habían sido sustituidos de conformidad con las disposiciones eclesiásticas y que su reposición la habían conseguido de forma subrepticia.


Esta carta de San Cipriano constituye la primera información histórica sobre los primeros pasos del cristianismo en la Península Ibérica, habiendo desatado durante siglos grandes polémicas entre los investigadores más importantes de la materia, de tendencias y concepciones historiográficas muy diversas. Una de las cuestiones debatidas es precisamente el lugar al que se refiere la expresión Ad Legionem, y otra, por citar sólo las que atañen al tema que ahora planteamos, es el por qué de la sede episcopal dúplice León-Astorga en aquella época, un hecho anómalo si se tiene en cuenta que las primeras diócesis, además de poseer una comunidad cristiana de cierta importancia, debían amoldarse al sistema de organización territorial romano que tenía en la ciudad su célula básica.

Sobre la primera cuestión, la respuesta parece haberse hallado con argumentos gramaticales y arqueológicos: “Junto a Legio”, en la cánnaba de Puente Castro. Sobre la segunda se han pronunciado los más prestigiosos historiadores, desde el obispo de León Francisco Trujillo –ocupó la Sede entre 1578 y 1592- hasta los actuales catedráticos de Historia Antigua Manuel Sotomayor (Facultad de Teología de Granada) y Ramón Teja (Universidad de Cantabria) (3), pasando, como no podría ser menos, por el P. Flórez y su España Sagrada, a mediados del siglo XVIII; Juan de Dios Posadilla, en el Episcopologio Legionense, de 1899, y García Villada, en Historia Eclesiástica de España, de 1929. Son mayoría los estudiosos que se inclinan en pensar que Ad Legionem, por ser una población directamente vinculada a un campamento legionario, carecía de la entidad jurídica propia de una ciudad y no había alcanzado la municipalidad romana, rigiendo en ella la ley militar, pero, sin embargo, su comunidad cristiana sería lo suficientemente numerosa y antigua en la fe como para no ser desestimada en dicha pretensión, lo cual se solucionó sumando a ella la cercana comunidad cristiana de Astorga –posiblemente derivada de Ad Legionem-, que sí contaba con el estatus de capital del convento jurídico de Astúrica y cumplía con los requisitos exigidos.

LA COMUNIDAD CRISTIANA DE AD LEGIONEM, MÁS ANTIGUA QUE LAS DE ASTORGA Y MÉRIDA

El hecho de que San Cipriano mencione a la diócesis León-Astorga delante de Mérida, y a León delante de Astorga respondería, como reconocen todos los especialistas, al principio de prelación por antigüedad que tenía establecido la iglesia de la época, lo cual prueba la mayor veteranía de la comunidad cristiana de Ad Legionem frente a las otras dos, un hecho que algunos investigadores atribuyen a la movilidad de los soldados de la Legio VII y de las personas que se desplazaban tras ellos, lo cual les hacía más permeables a las nuevas ideologías y doctrinas mediterráneas y orientales. Sin embargo, aunque tal hipótesis parece cierta, no deja de ser curioso que sea precisamente en Astorga y su entorno donde se ha hallado una rica epigrafía del siglo III con menciones a Iao, Serapis e Isis, dedicada en algunos casos por procuradores augustales.



Esta mayor antigüedad cristiana de León y, por ello, su prelación diocesana frente a Astorga, se pone nuevamente de manifiesto setenta años más tarde, a principios del siglo IV, en las actas del primer Concilio conocido en Hispania, el de Elvira o Iliberis (ciudad desaparecida y próxima a la actual Granada), en las que se citan los diecinueve prelados asistentes y, entre ellos, a Decentius episcopus legionensis sin hacer mención de Astorga, motivo suficiente para abrir nueva controversia entre los especialistas, pues, mientras unos, como Sánchez Albornoz (4) y el ya citado M. Sotomayor, opinan que se trata de una simplificación, otros, siguiendo al alemán F. Vittinghoff, opinan que Ad Legionem podría haber alcanzado estatus de municipio romano (5) con motivo de las reformas administrativas que Diocleciano efectuó entre los años 284 y 288 y, en consecuencia, ser ya una sede episcopal autónoma.

Mientras que la carta de San Cipriano fue escrita durante el período de auge de Ad Legionem, el concilio de Elvira coincidió con el casi seguro declive de esta población, según se desprende de las excavaciones arqueológicas realizadas que sitúan su declive a finales del siglo III, lo cual, en opinión del arqueólogo Víctor Bejega, tiene su causa en la salida de gran parte del contingente militar hacia otras zonas del Imperio con el consiguiente desplazamiento poblacional hacia el recinto amurallado. Está documentado que, en efecto, la Legión VII tuvo un movimiento importante bajo el emperador Aureliano (270-275), cuando un destacamento fue seleccionado para participar en la batalla contra el Imperio de Palmira, quedándose en Oriente de forma definitiva y sucumbiendo después en la batalla de Andrinópolis. Hacia el año 310 es posible que la legión fuese transformada en limitanei (defensora de fronteras), siendo dividida en varias unidades que marchan hacia destinos distintos: Bulgaria, región del Danubio y Siria, permaneciendo en el campamento de León un contingente aproximado de ochocientos soldados que desaparecerá a principios del siglo V.

AD LEGIONEM, CLAVE PARA EL ESTUDIO DEL ORIGEN DEL CRISTIANISMO ESPAÑOL

La localización exacta del sitio en que se hallaba la comunidad cristiana a la que San Cipriano de Cartago dirigió su famosa carta sinodal ha revitalizado el ya largo debate sobre el lugar de origen del cristianismo ibérico, cuya primera referencia escrita acerca de su propagación en Hispania se la debemos al teólogo cartaginés Tertuliano, hacia el año 200. La existencia real de Ad Legionem y la confirmación de que se trataba de una población importante, refuerza la hipótesis sobre la probable procedencia africana de esta religión, tal y como, hace ya décadas, apuntaron historiadores del prestigio de José María Blázquez, Luis García Iglesias, Luis García Moreno o Manuel Díaz y Díaz (6), quienes consideran que las iglesias de León-Astorga y Mérida buscaron orientación en África porque procedían de allí, al tiempo que justifican que los obispos depuestos se dirigiesen a Roma “no porque esta sede tenga ninguna autoridad sobre ellos, pues en la primitiva iglesia todas las iglesias son independientes, sino porque Roma tradicionalmente era de una mayor tolerancia”.


Además de otros muchos argumentos (vestigios arquitectónicos, epigrafía, sarcófagos y monumentos funerarios, liturgia, etc.), el principal punto en el que se basan M. Díaz y Díaz y J. M. Blázquez es la participación de la Legio VII Gemina en las campañas de África, teniendo presencia importante en varios lugares de Mauritania, actual Marruecos (7), y en el campamento militar y ciudad de Lambaesis, Argelia, donde recaló a mediados del siglo II, bajo el gobierno del emperador Antonino Pío, coincidiendo que en este lugar está documentada –entre otros por el mencionado Tertuliano- la existencia de una importante comunidad cristiana, vinculada, incluso, con algunos cargos del ejército romano –el propio Tertuliano era hijo de un centurión-, siendo este contacto, junto con los nuevos reclutamientos efectuados en la zona, el medio por el que la fe cristiana pudo transmitirse a soldados de la legión, quienes, a su vez, la propagarían en el campamento y su cannaba de León, así como a otros lugares de Hispania. Argumentan también como prueba de la introducción cristiana en la Legión VII y de su permanencia en el tiempo, la existencia de mártires que pertenecían a ella, como Marcelo, en León y Tánger, o los santos Emeterio y Celedonio, en Calahorra.


Entre las pruebas arquitectónicas, Blázquez menciona influencias africanas e incluso sirias, que llegan a través del norte de África, en numerosas basílicas paleocristianas, desde las primeras conocidas, del siglo IV: San Fructuoso (Tarragona), catedral de Barcelona, etc., hasta las tardías de finales del siglo V y del VI: Algezares (Murcia), Alcaracejos (Córdoba), Casa Herrera (Mérida), etc. Entre las basílicas mencionada por Blázquez se halla también, claro está, la cementerial de Marialba de la Ribera, la más monumental de la Península, situada a cinco kilómetros al sur de Ad Legionem, muy cerca de la calzada romana que enlazaba Lancia con el campamento militar de León. Fue construida en dos fases, la primera a mediados del siglo IV y, tras una parada cuya causa se ignora -¿podría tratarse inicialmente de un edificio público o templo romano?-, se comenzó la segunda a finales de este mismo siglo o a principios del V. Se inició, por lo tanto, cuando el vicus campamental estaba, o así se deduce de las excavaciones de 2010, en plena decadencia. En cambio, lo contrario ocurría en el importante hábitat romano que las prospecciones arqueológicas han localizado alrededor del emplazamiento de la nueva iglesia, sin duda con población muy cristianizada y cuya procedencia tal vez pudiera relacionarse con la ciudad astur-romana de Lancia y con las cannabae de la Legión VII. Blázquez considera que las mencionadas influencias norteafricanas se hacen patentes en el presbiterio, concebido para el desarrollo del rito africanista. Las últimas excavaciones arqueológicas de 2005 han alumbrado restos de decoración pictórica, interior y exterior, cuya búsqueda de similitudes lleva hasta Siria.

Para quienes mantienen la hipótesis sobre el origen africano del cristianismo ibérico e, incluso, para aquellos que defienden la diversidad de origen, queda claro también que Ad Legionem se halla entre las primeras plazas hispanas donde enraizó la religión cristiana. Blázquez, lo mismo que otros muchos historiadores, opina que ni la predicación de Santiago ni la de San Pablo son históricamente defendibles, y tampoco la tradición de los Siete Varones Apostólicos, considerados como los primeros evangelizadores del sur y sureste ibérico –algunas teorías traen a San Esiquio hasta El Bierzo-, argumentando que esta última no es más que una leyenda nacida en época visigoda, cuando surgió la necesidad de vincularse con la Iglesia de Roma.

En ésta, como en tantas otras cuestiones, los investigadores confían en el poder esclarecedor de la arqueología y dejan la conclusión final de sus tesis en manos de los hallazgos que puedan deparar futuras excavaciones en Ad Legionem.

AD LEGIONEM ¿RESIDENCIA FAMILIAR DE SAN MARCELO?

Fue en un momento intermedio entre la carta de San Cipriano y el concilio de Elvira, concretamente en el año 298, durante el mandato de los emperadores Diocleciano (Oriente) y Maximiano (corregente de Occidente), cuando tuvo lugar el martirio del centurión de la Legión VII San Marcelo, cuya existencia real a partir de las actas aportadas por Theodore Ruinart en 1689 se considera probada (8), si bien perduran discrepancias en cuanto a su origen leonés, pues son bastantes quienes le creen norteafricano (9). Es conocido que las actas del martirio de San Marcelo recogen su negativa a ofrendar a los dioses en la fiesta de los emperadores (21 de julio) y, como consecuencia de ello, el interrogatorio al que fue sometido por el praeses o presidente Anastasio Fortunato (10) –equivalente al gobernador de la provincia, que en este caso sería Gallaecia, con capital en Braga, dentro de cuya delimitación geográfica se hallaba el campamento de Legio-, quien le preguntó a Marcelo si era cierta la famosa frase pronunciada en el momento de su negativa: “Yo sirvo a Jesucristo, el Rey eterno. Si para ser soldado es necesario sacrificar a los dioses y a los emperadores, aquí arrojo la vara y el cíngulo, y me aparto de vuestra bandera y milicia”. Ante la respuesta afirmativa del centurión, Fortunato ordenó su traslado a Tánger para que fuese juzgado por el vicario del prefecto del pretorio, Aurelio Agricolano –el vicario, en la reforma de Diocleciano, era la autoridad máxima de la diócesis de Hispania y, salvo por razones coyunturales, tenía su residencia en Mérida (11)-. Confirmados los hechos, Marcelo fue condenado a ser decapitado, no por cristiano sino por traición, llevándose a cabo la sentencia el 30 de octubre del año 298 (12). Doce siglos después, el sepulcro de Marcelo fue descubierto en Tánger por soldados del rey Alfonso V de Portugal, procediéndose al traslado de sus restos a León, que los había solicitado, siendo recibido, el 31 de marzo de 1493, "á la puente del Castro á la Iglesia de Sant Pedro, y allí fue la gente” –así lo describe un documento de esas mismas fechas transcrito por Risco-, continuando después a la iglesia de Santa Ana, para seguir hasta “el Monasterio de Sant Clodio su hijo”, donde fue recibido por el rey Fernando el Católico, que había acudido a León para reafirmar su decisión de que las reliquias se entregasen a esta ciudad y no a Sevilla o Jerez, que también las habían solicitado. Finalmente, un solemne cortejo “qual nunca fue mejor”, al que se sumó el propio rey, alcanzó la iglesia de San Marcelo.

Urna con los restos de San Marcelo, en los actos su fiesta (Foto: David G. López)

Es tradición, posiblemente remontable a la Alta Edad Media, que Marcelo estaba casado con Nonia, de cuyo matrimonio nacieron doce hijos, todos ellos mártires. Sin embargo, el primer documento que hace referencia de tal hecho es el Chronicon mundi de Lucas de Tuy, del año 1236, y en él se citan sus nombres: Claudio, Lupercio, Victorio, Facundo, Primitivo, Emeterio, Celedonio, Servando, Germán, Fausto, Jenaro y Marcial. Pocos historiadores sostienen la veracidad de esta tradición, con ciertas dudas en los casos de Claudio, Lupercio y Victorio –figuran como hijos San Marcelo en el Martirologio romano y en una de las copias de las actas del martirio del centurión-, pero, a pesar de ello, considerando la parte que pudiera ser cierta, resulta lógico pensar que el hogar familiar necesariamente se hallaría en la cannaba del campamento y, también por lógica, en el vicus que a finales del siglo III contaba con infraestructuras apropiadas y albergaba una importante comunidad cristiana: Ad Legionem, aunque ya hubiera iniciado su decadencia.

ARQUEOLOGÍA E HISTORIA COINCIDEN: AD LEGIONEM ERA SEDE EPISCOPAL

De acuerdo con lo expuesto, queda probada la coincidencia entre los hallazgos arqueológicos y los hechos históricos documentados, aunque estos últimos sean escasos. Y esta coincidencia se hace todavía más evidente a partir del concilio de Elvira, cuando la arqueología ya ha dejado de percibir el pulso de Ad Legionem y los documentos históricos sobre la sede episcopal de León enmudecen y, en cambio, citan la de Astorga, lo que hace pensar que la prelación de sedes cambió a causa de una casi segura decadencia de Ad Legionem.


La comunidad cristiana de Legio ya sólo es mencionada en el Parroquial suevo, surgido del concilio de Lugo del año 569, donde se establecen las sedes y parroquias en época del rey suevo Teodomiro y en el que Legio aparece como una parroquia de la diócesis de Astorga -Sánchez Albornoz califica a este documento de “auténtico” (13)- Sin embargo, el cronista leonés Lucas de Tuy incluye en su Chronicon mundi, escrito en 1236, una referencia al citado concilio de Lugo y a un supuesto obispo legionense Adaulfo, que asistió al sínodo, aseveración ciertamente debatida por los historiadores. Controvertidas son también las copias de la Hitación de Wamba, cuyo original ha desaparecido, donde queda recogida la división de los obispados españoles en el momento de su redacción (año 676) y se citan León y Astorga como sedes independientes (14). Por último, tras la invasión árabe, la diócesis de León reaparece en el año 792 con motivo de la confirmación efectuada por el obispo legionense Suintila a una donación que el rey Alfonso II el Casto hizo a la Catedral de Oviedo. A partir de este momento las citas ya serán frecuentes y continuadas.

Con independencia de que la diócesis legionense mantuviera una existencia activa o adormecida entre el momento en que Ad Legionem decayó o fue abandonada y los años finales del siglo VIII, lo que sí resulta seguro es que este vicus fue cabeza de sede episcopal mientras existió y, como tal, según el criterio de algunos especialistas, comenzando por el P. Manuel Risco –continuador de la España Sagrada de Flórez y autor de los tomos dedicados a la diócesis de León, año 1784-, era el lugar donde debía residir el obispo. Risco escribe textualmente: “significando que la ciudad de León era el lugar principal, en que tenía su sede”.

REFLEXIÓN FINAL

Puede concluirse diciendo que las excavaciones de Puente Castro han despertado del sueño a una ciudad, Ad Legionem, que jugó un importante papel histórico en esos primeros y oscuros siglos de la era cristiana; y no sólo por haber sido la cannaba de un campamento militar estable, lo cual ya reviste máximo interés por su carácter único en España y muy escaso en Europa –no hay más de tres o cuatro ejemplos-, sino porque en esta pequeña población, que estaría sometida a las leyes militares, se constituyó de forma insólita una de las sedes episcopales más antiguas de la Península, anterior a la de Mérida, y se vivieron algunos de los hechos más sonados del incipiente cristianismo hispano, como fue la destitución del obispo Basílides –el primero conocido de la diócesis de León-Astorga- por apostasía. Incluso, la localización exacta del lugar donde se hallaba la comunidad cristiana de Ad Legionem, supuestamente integrada por legionarios y gentes que convivían con ellos, a la cual iba dirigida una famosa carta del obispo cartaginés San Cipriano, ha revitalizado el ya largo debate sobre el origen del cristianismo ibérico, reforzando la hipótesis sobre su probable origen africano, tal y como han mantenido historiadores tan prestigiosos como José María Blázquez, Luis García Iglesias o Manuel Díaz y Díaz, quienes han manifestado su esperanza de que futuros hallazgos arqueológicos puedan esclarecer los hechos. Por añadidura, la pertenencia de San Marcelo a la Legión VII y su posible residencia familiar en Ad Legionem es otra cuestión de primer orden a la hora de valorar la importancia que esta vicus campamental representa en el contexto de la historia de León y, en consecuencia, un refuerzo a las poderosas razones que requieren su conservación y puesta en valor, sin necesidad de grandes inversiones.

Las anteriores son razones de índole histórica, sí, pero también lo son de claro beneficio económico para la ciudad, pues el carácter exclusivo de Ad Legionem lo convertirá en lugar obligado para estudiosos de la historia antigua, y su aureola vinculada a hechos trascendentes y a otros de gran calado religioso constituirá un gran atractivo para muchos visitantes. Además, su pertenencia al conjunto patrimonial romano de León, dentro de la incipiente Ruta Romana, donde se sumaría a monumentos tan señalados como el recinto campamental de León, la villa romana de Navatejera, la basílica paleocristiana de Marialba y la atractiva ciudad de Lancia, convertirían a este lugar, casi me atrevo a decir, en “la joya de la corona”.

Notas. (1) Palao Vicente, Juan José: Legio VII Gemina (Pia) Felix. Estudio de una legión romana. Univ. Salamanca, 2006.
(2) Teja, Ramón: La carta 67 de S. Cipriano a las comunidades cristianas de León-Astorga y Mérida: algunos problemas y soluciones, Antigüedad y cristianismo, 7, 1990.
(3) -Teja, Ramón: La carta 67 de S. Cipriano a las comunidades cristianas de León-Astorga y Mérida: algunos problemas y soluciones, en Antigüedad y cristianismo, nº 7, 1990.
-Sotomayor M.: Historia de la Iglesia en España. I. La Iglesia en la España romana y visigoda, Madrid, 1979.
(4) Sánchez Albornoz, Claudio: Una ciudad de la España cristiana hace mil años, Madrid, 1966.
(5) Hipótesis mantenida, entre otros, por el alemán F. Vittinghoff: Die entstehung von städtischen Gemeinwesen, en Legio VII Gemina, León 1970. Algunos autores defienden la municipalidad anterior de Legio basándose en algunas lápidas sepulcrales halladas en León y conservadas en el Museo de la ciudad, todas de los siglos II y III y correspondientes a personas que indican pertenecer a la Tribu Quirina (en la cual eran inscritos los individuos que habían alcanzado la ciudadanía flavia), aunque podría tratarse de personas vinculadas a la Legio VII y procedentes de otro lugar: Javier Andreu Pintado: Apuntes sobre la Quirina tribus y la municipalización flavia de Hispania, en Revista portuguesa de Arqueología, 1-7, 2004.
(6) -Blázquez, José María: Posible origen africano del cristianismo español, Archivo Español de Arqueología 40, 1967.
-García Iglesias, Luis: El Cristianismo, en Historia de España Antigua, Madrid 1977.
-Díaz y Díaz, Manuel Cecilio: En torno a los orígenes del cristianismo hispano. Instituto Español de Antropología Aplicada, 1968.
-García Moreno, Luis: La historia de la Iglesia en España y el mundo hispánico, Murcia 2001.
(7) García y Bellido A.: León y la Legio VII, en Tierras de León, nº 7, 1965. Alae y cohortes de nombres étnicos hispanos en el norte de Marruecos, en Archivo Español de Arqueologia 25, nº 85, 1952.
(8) -Ruinart, Theodore: Acta martyrum sincera, París, 1689. Reúne los documentos que considera de mayor fiabilidad sobre el martirio de 117 santos.
-Risco, Manuel: España Sagrada, Tomo XXXIV, 1784. Reúne las vidas de los santos de la diócesis de León, entre ellas la de San Marcelo a partir del acta aportada por Ruinart, comentando y corrigiendo algunos aspectos de su contenido, principalmente en defensa del origen leonés del santo.
-Delehaye, Hippolyte: Les légendes hagiographiques, Bruselas, 1906. Este jesuita, miembro del grupo bolandista, analiza y clasifica las hagiografías de los santos y actas de martirios, entre ellas las 117 aportadas por Ruinart, clasificando las de San Marcelo entre las once con más garantía de veracidad.
-De Gaiffier: Saint Marcel de Tanger â León. Evolution d'une legénde, en “Anallecta Bollandiana”, 1943
-García Villada, Zacarías: Historia eclesiástica, I, 1936.
-González, José: Vida de San Marcelo, León, 1943.
(9) En el Leccionario antiguo de León, estudiado por Risco, siempre se considera a San Marcelo como oriundo de León, lo mismo que la tradición enraizada en esta ciudad. Son las actas aportadas por Ruinart en su Acta martyrum sincera (1689) las que han introducido gran controversia, que Risco, en los tomos de la España Sagrada dedicados a la diócesis de León, ha tratado de esclarecer en favor de León.
(10) El praeses era un cargo equivalente al de gobernador de la provincia, establecido por Diocleciano cuando realizó la reforma administrativa (284-288) que dividía a la diócesis de Hispania en seis provincias, de las cuales una era nueva, la Carthaginensis; otra cambió el nombre con el que la había bautizado Caracalla cuando la desgajó de la Citerior, Hispania nova citerior Antoniniana, por el de Gallaecia, con capital en Bracara Augusta (Braga), y una tercera, la Mauritania Tingitana, fue incorporada del norte de África. Este praeses sólo tenía jurisdicción sobre el estamento civil de la provincia, dejando la jurisdicción militar en manos de un dux, si bien, algunos historiadores consideran que el praeses también tenía mando sobre el ejército en aquellas provincias que contaban con guarniciones militares, como era el caso de Legio VII en relación con Gallaecia (Sayas, Juan J. La administración en el Bajo Imperio, en Historia de España Antigua II, Madrid, 1978).
Anastasio Fortunato sólo es mencionado en las actas del martirio de San Marcelo, no apareciendo en ningún otro documento.
(11) En la misma reforma de Diocleciano, hacia el año 297, se crearon los vicarius praefectorum praetorio (vicarios del prefecto pretorio) o representantes del prefecto que tenían jurisdicción sobre cada una de las diócesis que integraban del Imperio, entre las que se hallaba Hispania. Dicha autoridad tenía un rango superior a los praeses o gobernadores de las provincias. El vicario para Hispania tenía su residencia en Emerita Augusta (Mérida) o en Hispalis (Sevilla), no en Tingis (Tánger), aunque pudiera ser que durante los primeros años de la reforma la sede fuese itinerante.
(12) Aurelio Agricolano, como ya ocurriera con Anastasio Fortunato, tampoco aparece relacionado entre los vicarios de Hispania, siendo mencionado únicamente en las actas del martirio de San Marcelo. Lo que sí parece cierto, según se deduce de la Lista de Verona, es que la provincia Mauritania Tingitana se creó en el año 297, es decir, un año antes de que San Marcelo fuese martirizado, según registran sus actas.
(13) Sánchez Albornoz, Fuentes para el estudio de las divisiones eclesiásticas visigodas. Universidad de Santiago de Compostela, 1929.
(14) Las copias del citado documento, la más temprana del siglo VIII según Antonio Blázquez, citan a León y Astorga como sedes independientes y, mientras la diócesis legionense es relacionada dentro de la provincia eclesiástica de Mérida, aunque en dependencia directa del Papa, la asturicense es situada en la provincia de Braga.
Blázquez, Antonio: La Hitación de Wamba: estudio histórico geográfico, Madrid, 1907.
Quintana, Augusto: Primeros siglos en el convento jurídico asturicense, en Legio VII Gemina, León. 1970.

No hay comentarios:

Publicar un comentario