sábado, 6 de octubre de 2012

Aquella escuela

Por Fabián Estapé i Rodriguez, Economista (Artículo publicado en Diario de León el 09.09.2007)

POCOS RINCONES de España proporcionan tantos adarmes de sabiduría como esa yuxtaposición de provincias, unas castellanas y otras del antiguo pero vigoroso Reino de León, que forman el conglomerado que se denomina Castilla y León. Y ello es así porque en León, por ejemplo, asistimos un día sí y otro también a la modalidad estrictamente romana que dibuja la provincia como una consecuencia directa del conflicto de fuerzas: «pro vincta», es decir, «por vencida», con todo lo que significa haber perdido bueyes y carretas en contiendas -generalmente militares- y en nuestro tiempo a causa de la vida cansina y casi desesperada, obligando a muchos, los más jóvenes, a cruzar las lindes de la provincia y abrirse paso a otras andanzas y esperanzas. Aquí mismo, en las páginas del Diario de León, he tenido que recordar las tremendas palabras de Lenin cuando para describir a los que se marchaban de Rusia para no pertenecer al almario de los que se resignan a que les coma el muermo les llamaba con la máxima amargura que encierran las palabras: «Los que votan con los pies».

He estado comprobando, desde hace unos años, la resistencia que provoca la voluntad de convertir la provincia de León en una comunidad autónoma uniprovincial. Existe siempre el temor de que el aludido deseo sea calificado de secesión por el estúpido de turno. Con todo, el problema, el gran problema subsiste y no dejará de presentarse dentro del juego político.

Estos días, con el ambiente caldeado por las próximas elecciones generales, han entrado en juego los abanicos de promesas; las varillas del abanico que responden a las realidades y necesidades. Mucho se habla y se hablará en cuestión de peajes, tramos de autovía, futuro del ferrocarril; pero, he ahí que en la prensa, en los cafés, en los supermercados y en las simples cogitaciones ya se plantea una solución a todos estos problemas y se dice que si los ayuntamientos, las diputaciones provinciales (¿para qué sirven?, por cierto), las comunidades y las agrupaciones mayoritarias tuvieran el mismo color, todo sería perfecto. Esta es una fórmula escasamente democrática; pero, además, yendo más lejos, he de recordar aquella escuela de pilotos prometida en su día por Aznar López y que en Cataluña se veía con ilusión (incluso pensando en los alevines catalanes), que nunca llegó; y todo ello a pesar de que el color era uno sólo: azul mahón, si les sirve. No debieran olvidarse estas humildes advertencias y mucho menos cuando un personaje de tanto relieve como es don Juanvi Herrera, es decir, el muy duradero presidente de Castilla y León, está dispuesto -¡qué maravilla!- a entonar el mea culpa sobre una gestión que como la lucha contra los topillos, pasará a la historia del pasmo y la búsqueda de sustancias tóxicas.

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