Por Ara Antón, escritora leonesa
He dado este título al indignado comentario de hoy porque de reyes y reinos se trató en esta maltrecha tierra, en un pasado que la gran mayoría de los leoneses, tercos ellos, empeñados solamente en sobrevivir, ni siquiera recuerda. Y a los que lo hacemos, luchando a cada minuto por no olvidarlo ni permitir que se olvide, se nos tacha de nostálgicos, cuando no de cosas peores. Suelen acabar estos adjetivos en los temidos y denostados “ismos”, con los que pretenden cubrirnos del polvo con el que han tapado y siguen tapando, no sólo nuestro reino, ahora también nuestra paupérrima, abandonada y despoblada provincia. “Juego de taburetes” debería titularse ahora; estaría mucho más acorde con los personajillos y los objetivos que hoy los mueven.
Resulta que en nuestra reciente historia hubo un alcalde que, cuando supo que su desastrosa gestión daría los votos a sus oponentes, decidió fastidiarlos con un proyecto que él sabía que no podría realizar, pero que a algunos de los susodichos “nostálgicos” hasta consiguió hacernos saltar las lágrimas. Planificó levantar un monumento a nuestro querido Alfonso VI, “Imperator totius Hispaniae”, al que ya, siglos ha, la política de Castilla consiguió denostar lo suficiente para hacer que lo recordáramos únicamente por la falsa y esperpéntica escena de la Jura de Santa Gadea, en la que se supone que un arrivista, señor de un rebaño de cabras y un par de molinos, puso en cuestión a un rey, hijo de reyes.
Quizá mi debilidad por este monarca leonés me lleve a engrandecerlo, pero pienso que el interés por hacerlo desaparecer, no sólo bajo la antigua propaganda castellana, también en estos momentos en que muchos siguen empeñados en no recordarlo, me reafirma en las conclusiones a las que llegué en su momento, cuando estudié a fondo su figura. Fue grande y leonés, y eso hay que ocultarlo y olvidarlo, como se hizo en el pasado y como seguimos consintiendo que se haga en el presente.
No hay dinero, aseguran los nuevos regidores, para dilapidar en una estatua que recuerde al gran Alfonso VI, quien consiguió unificar el reino y llevar sus fronteras hasta el Tajo, desde donde quedaron fijadas para siempre. Justo eso es lo que esperaban los actuales derrotados cuando lo propusieron. Todos, por una u otra causa, están de acuerdo en no dar a León el valor que tiene. Claro que no son Castilla ni los castellanos, ni siquiera nuestros asalariados gobernantes, los culpables de la programada muerte de nuestras tierras; somos nosotros, los leoneses sin “ismos” de ninguna clase, los que llenos de abulia e incuria permitimos que nos hagan desaparecer, a pasitos cortos pero imparables, como a nuestro gran rey, Alfonso VI, al que sólo unos pocos recordamos
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