jueves, 24 de febrero de 2011

León no necesita ayuntamientos

Por Francisco González Rojo, licenciado en Derecho

Se  corre por la montaña
Que dice la loba parda
Que salta de pico en pico
Que los pueblos pueblos eran
Pero que ya no lo son
Que para que vuelvan a serlo
No hacen falta ayuntamientos
En el Reino de León

Que no, que no no no, que no, que ni es copla, ni romance, ni pachanga, ni del siglo XVIII, que no lo es, que no, que es emergencia desesperada en evidencia, es lo que inspira esta provincia mía de pueblos abandonados, antes por jóvenes sin futuro, ahora por ancianos sin presente y sin servicio alguno. Que los ayuntamientos son causantes importantes del cataclás nacional actual y de esa crisis económica estructural de España, de la España de aquellos y de estos, los de siempre, la de los mismos, de la España apolítica, de los parados, de la indigencia, de las poligoneras, de los trabajadores que no disponen de paga asegurada o plaza en propiedad. Que lo redigo y rescribo, que los ayuntamientos están en quiebra porque gastan lo que no ingresan y deben, sobre todo en costes fijos y personal inamovible y con el desmán de las ocurrencias políticas y menos en obrar lo necesario y básico para que, esos ahora medio cascarones con casi nadie y con nada, no acaben en despoblado. Lo peor es que a este desbarajuste compuesto complejo se le propone la solución simple fácil, política, de juntar ayuntamientos, de repartir las pérdidas del dispendio y el gasto sin control, de unir a los gastones, de amontonar más braceros a pujar el trono del derroche político.

Que sí, que sí sí sí, que sí, que sí hay que cambiar la organización local arruinada de años del Estado, como cambian su organigrama las empresas de éxito, con novedosas propuestas distintas, por el disruptivo pensamiento, porque es obligado cambiar para que funcione lo que no funciona, porque es imprescindible adaptarse a la evolución permanente de un innovativo entorno inventivo. El cambio en las tierras leonesas consiste en desuncirse del yugo asobeado al carro del destierro y el declive aprovechando y no exterminando la valiosa administración peculiar de aquel León nuestro, aquel León en el que sus pueblos se dirigían por las Juntas Comunales y otros cargos que se necesitaran para el año o en el momento y que lideraban los que se presuponía eran los apropiados para gestionar el presupuesto y se nombraban a mano alzada y concejo abierto y que para nada requerían de ayuntamientos. ¡Ay de aquella Gestión patrimonial, aquella Organización flexible, aquel sistema electoral del que surgía una dirección inteligente.

La implantación en León de ayuntamientos se debió a una necesidad organizativa estatal centralista absolutista, de ahí que le encalomaran intermediarios innecesarios impuestos, y para revolcarlo, es primordial discernir que unas son las necesidades organizativas del Estado y otras son y han de ser las de los pueblos. Diría el viejo consejo de concejo que a lo que no sirve no hay que dejarle hueco, lo que equivale a reducir costes eliminando lo que no vale, y enseñan las teorías de hoy en día que, en el ámbito organizacional, es preciso suprimir niveles jerárquicos prescindibles, achatar la organización, diseminar la toma de decisiones. ¿Qué aportan los ayuntamientos al desarrollo de sus pedanías, a los pueblos? ¿Acaso un secretario municipal que se selecciona por el Estado y no por ellos? Esas localidades se desgañitan por una gestión empresarial en vez del gobierno de una corporación municipal, imploran ideas y la consejería de consultores multidisciplinares profesionales temporales puntuales, en todo caso, homologados por el Estado, no cargos ni cargas funcionariales. No, no es igual gestionar que gobernar, no.

Los ayuntamientos que en su día se idearon útiles para el Estado han sido nefastos para los pueblos (de León, al menos). El modelo tradicional de administración local leonesa ofrece otra perspectiva fundamental tal es separar la organización patrimonial de la organización política, cual es desentrellizar la gestión, apartar de lo pecunial a lo político. Desde esa visión, la organización económica territorial se cimienta en las Juntas Comunales que armarían a las Juntas Comarcales que sostendrían la Diputación en el techo de la región (por lo de que León fuera y fuere Reino). Y para dar esplendor y áurea a este conjunto popular se debe recuperar la figura de la Propiedad Comunal, alma financiera secular de los pueblos leoneses, usurpada por otras administraciones desde la guardería y a las que solo se solicitaba asesoría, desfuncionarizándola, expoliada con normas dictadas por amigos de disponer en casa ajena que han confundido ecología con abandono, gestionándola, devolver su dominio a los Hijos del Pueblo representados en Concejos y, su gestión, a los que designen estos.

Que se devuelvan las competencias locales, comunales, ¡que se les devuelvan! Que se les entreguen los ingresos patrimoniales y territoriales procedentes de la propiedad comunal y lo que se devenga a consecuencia del expolio y la limitación de los derechos sobre ella. ¡Que se devuelvan! Qué distinto sería que las Juntas Comarcales tuvieran el encargo natural de desconcentrar, descentralizar la capital provincial y las aspirantes a comarcal y las ciudades, distribuyendo por cada lugar inicializadores de proyectos de desarrollo socioeconómico y crecimiento, motores de mantenimiento e imanes de población y generadores de esperanza. Y, con ellas, ¿para qué se necesitarían mancomunidades, gales, comisiones, sobresueldos y otras tales? Qué mejor que la Diputación se adaptara a esta estructura organizativa, se reinventara, y se dedicara a equiparar y aproximar a esas comarcas y evitar la discriminación en los costes y en el acceso a los bienes y servicios entre un término rural y la ciudad y entre esta Región y las demás. Habría que desocuparla de otras muchas actividades que no debería asumir sin más. ¡Ay León! ¡Que no mueran tus pueblos!

Volved, volved los hijos arrancados a los pueblos a levantar casa o arreglar la que fuera de padres y de abuelos. Conjugad la gestión de aquel pasado con esto que pide lo moderno. Coadministrad las urbanizaciones de verano con las moradas de lumbre del invierno. ¡Que no mueran aquellos! Allí está vuestro tuco genealógico, una tocona tronzada pero con raíces milenarias prendidas muy hondas en el suelo, una por cada antepasado y todas vuestras, a rebrotar presta y dispuesta a reverdecer en cualquier tiempo. Sembrad el campo con la idea y no os importe que pregunten cómo se aplicaría en España al resto. Contestad, contestad y responded, ¿qué es autonomía sino esto?.

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