Por Máximo Soto Calvo (Miembro de Plataforma Regional Pro-Identidad Leonesa)
Dormir y soñar, un binomio que parece gratuito y no lo es, al lado del reposo, cual reconstituyente natural inespecífico, comporta demasiadas veces un gasto neuronal en pesadillas que a todos nos pueden asaltar, o tal vez mejor diría sobresaltar, a modo de rebote de acontecimientos que nos circundan implacables.
La supuesta celebración del 1.100 aniversario del nacimiento del Reino de León está siendo el sueño evanescente de la nada histórica con el que nos obsequian a los leoneses los diseñadores autonomistas que nos administran comunitariamente.
Así entramos con San Froilán en el cuarto trimestre, ¡y final! del 2010, y hasta el momento ha sido tan difuminada y oportunista la programación que más que un año de gracia, va a pasar a los anales como el de la tristona conmemoración: ¡mecachis qué lástima! Tan sólo actos de diseño localista que no demanden gran cobertura mediática.
Con ilusión, vencidos por un sueño esperanzador, habíamos reclinado nuestra cabeza los leoneses en la almohada de los anhelos de una efeméride gloriosa a reconquistar, y se nos durmieron las ideas y se quebraron las esperanzas vencidas por las pesadillas de la indefinición. En éstas hemos podido ver saltar, en un puzzle neuronal, a un ente amorfo de significación autonómica enarbolando el tridente cultural: propaganda, manipulación e intromisión, del que surgían acontecimientos, aquí y allá, sin conexión popular, algo así como de oca a oca y tiro porque me toca.
Si los sueños complejos requieren la colaboración de un psicoanalista competente que los descifre, para el nuestro, y me atrevería a decir que el de la mayoría de los leoneses, tolerantes hasta la saciedad, encalmados por la impotencia resolutiva, vamos a necesitar que algún experto en psicología «nos visite», porque alienados no estamos, y la psicoterapia política nos adormece cada vez más. Las píldoras que nos suministran nuestros políticos, los de León, envueltas en el papel cebolla de su tolerante postura, la de la sumisión partidista de cada «mano», y la global autonomista que les imponen a unos y a otros, nos están llegando a intoxicar con un estupor preocupante.
Lancia, o el sueño de un imposible, la ciudad de nuestros Astures, allá en un cerro estratégico de Villasabariego, que da vista a dos riberas, la del Esla, y la del Porma, nos ha venido mostrando el abandono secular de exploraciones arqueológicas parciales, acometidas a retazos, cuyo linde nada preciso ha sido, cuando más, un cercado de malla de alambre.
Resulta que precisamente este año, «el de gracia» que acabamos de citar, con motivo del movimiento de tierras para la autovía A-60, de León a Valladolid, aparecen nuevos yacimientos, los de Sublancia, en la parte baja el cerro, donde los lugareños de Rueda o Sollanzo conocían los llamados -"cenizales"- y las -"trincheras"-, que ahora salen a la luz como hornos de cerámica y otros restos significativos.
Pues bien, la Junta, a través de la Consejería de Cultura, y de sus dos máximos responsables: la consejera y el jefe territorial de ella dependiente, están esperando, según nos cuentan, por los resultados del análisis de algunas piezas encontradas para datarlas con precisión. No se trata de eso ahora, lo que urge es dejar indemne el yacimiento, ¡salvarlo!, para luego, estudiado convenientemente, ponerlo en valor. La autovía que «ruede» por donde no nos dañe en las entrañas de nuestra historia leonesa. Vaya regalo de aniversario hubiera sido, adelantándose a la obra viaria, sacar a la luz nuestro pasado, sin recelos, sin reticencias, con el valor de la verdad, y protegerlo.
Aún guardamos en la memoria otro sueño incumplido, el de la identificación de los huesos del Panteón Real, poniéndoles nombre. Nunca más se supo. Vaya éxito, dando por bendecida la tardanza, si este año hubiéramos tenido un resultado positivo que mostrar a ese respecto, y ese alguien que habla por nosotros, el ente, se hubiera dignado rematarlo como algo grande, y además venderlo como patrimonio leonés.
El ciclo de Filandones literarios, como homenaje a tradición oral leonesa, parece estar incardinado en las celebraciones del 1.100 aniversario bajo el más amplio epígrafe de Letras en la Nieve. En frío nada que objetar. En la fotografía del acto en Ponferrada, además de Luis Mateo Díez, vi a Juan Pedro Aparicio y a José María Merino, cada uno con su libro correspondiente.
Y soñé con un acto leonesista tan real como la vida misma, en marzo de 1978 en el «globo» del Hispánico, Aparicio y Merino, intensamente implicados en lo leonés de aquellos momentos, pusieron el lustre literario al acto donde se preparaba la primera manifestación por nuestra autonomía, adornando sus palabras reivindicativas, para movilizar los ánimos populares, desde el rigor de la verdad. Hoy con la solera adquirida, ¿cuál es el mensaje autonómico que nos transmitirían en el filandón de la leonesidad? Nos queda la traca final del 1.100 aniversario, una supuesta explosión de júbilo forjada en el anonimato de una Consejería autonómica, que mucho me temo se quede en el restallar de un globo, pinchado por una desechada aguja de enhebrar ilusiones, que se va tan sólo en eso, en un ¡puff, con la irrupción puntual del aire que se agota.
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