lunes, 17 de octubre de 2011

La reforma de la plaza del Grano

Por Sergio Fernández Salvador (publicado el 16 de Octubre de 2011 en "La voz de los internautas" de Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/la-voz-de-los-internautas_639475.html)

Leo "El escritor" de Azorín. Su protagonista, Antonio Quiroga, en cuya persona alienta el autor mismo, narra su llegada a León. En el relato de uno de sus paseos habla de unos álamos, a los que muy justamente llama tembladores, y, en la misma página, de sus pláticas con ‘un fragüero, un ebanista, un botero, varias zabarceras del mercado y diversos pelantrines de la contorna’. Los álamos y el mercado. ¿Se referiría a la plaza del Grano?

Tantas veces, en la tarde del domingo o la mañana del sábado, le llevaron los pasos de uno hacia esa plaza, que no podría ya pasar sin esa vieja costumbre. Allí como que enlentece la vida su curso y entra uno en comunicación con un pasado cuyo aliento siente más cercano. Apoyado entonces en uno de los soportales de negrillo, o sentado sobre el pretil de la fuente, o a los pies de la cruz de la virgen, antiguo cadalso, encuentra uno un ámbito fecundo para sus ensoñaciones. Siempre hay algún peregrino que anota la jornada en su diario o algún anciano que cruza ligero como una sombra, sin levantar la vista.

Leo en la prensa que el Ayuntamiento ha aprobado la remodelación de la plaza con el pretexto de mejorar la movilidad. Ya el anterior alcalde amenazó con hacerlo. Entonces se llegó a insinuar la necesidad de sustituir el suelo de cantos de río, de origen medieval, por adoquín actual. No hubo tiempo para perpetrar el crimen. Entre los planes de la corporación entrante figura el de instalar un velador de invierno y pasarelas de loseta que supondrían la eliminación de parte del empedrado original.

A uno le parece que la movilidad, si se quiere evitar los cantos, es perfectamente factible transitando por los lados de la plaza, donde hay acera, y en el peor de los casos rodeándola por las calles adyacentes (es una plaza pequeña.) La plaza del grano no necesita una remodelación —a no ser que se persigan otros intereses—, sino la conservación regular y razonable por parte de todos, políticos y ciudadanos.

Los primeros no han mostrado ningún interés en frenar su deterioro —hace treinta años que no se la toca—. Al contrario, se instalan en ella carpas durante las fiestas de la ciudad o de la Aparición de la Virgen, o se derriban casas como la única que aún descansaba sobre soportales de negrillo. Ya se dejó caer literalmente, hace no tanto, el Palacio de Don Gutierre. Y respecto a los ciudadanos, ah los ciudadanos... Los sillares y hasta los angelotes de la fuente, de 1789, han sufrido pintadas que en años nadie se ha encargado de limpiar. Algunos jóvenes encuentran divertimento en arrancar cantos del suelo y arrojarlos al agua. ¿Cuántas veces en la mañana del sábado no la vimos arrasada por los restos del botellón, las bolsas destripadas, las botellas flotando en el agua de la fuente o hechas añicos entre los cantos, los bancos pegajosos de alcohol? ¿Qué pensarán de nosotros los peregrinos que hacen noche en la hospedería de la plaza al salir al alba y ver así desolado el acogedor rincón del mundo donde la tarde anterior se abandonaron a recuerdos y sueños, en un próspero diálogo con los siglos?

Pienso en Azorín, en Unamuno, en Machado, en el Padre Isla. Los imagino en esta plaza viendo pasar la vida, hablando con unos y otros, mezclados entre el lenguaz trajín, entre las bestias. Uno solo quiere que le dejen seguir comunicándose a su manera con ellos y consigo, que le dejen soñar tranquilo».

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