Por Mario Lozano Alonso
La importancia del yacimiento arqueológico de Lancia (León) es incuestionable. Su declaración como B.I.C. (Bien de Interés Cultural) por el Estado en 1994 nos lo confirma. Sin embargo, siempre ha sido un lugar que para las administraciones públicas ha pasado desapercibido, pues sólo hay que acercarse a sus restos para ver en qué penoso estado se encuentran: la valla –por llamarla de alguna manera– en algunos puntos está derribada, permitiendo que los saqueadores de yacimientos se acerquen por allí con sus detectores de metales y su afán de rapiña.
Tampoco hay carteles que indiquen qué son los restos que se ven, y las visitas guiadas no tienen demasiados horarios, ni abren todo el año. Tampoco hay caminos marcados en el yacimiento para poder caminar en él sin temor a dañar los restos. Súmenle a eso que para llegar allí no hay ni un camino asfaltado.
La mayor parte de la vieja Lancia yace aún cubierta de tierra. Muchos turistas que se acercan allí sienten cierta decepción al ver que sólo se encuentran visitables los restos de las termas, el mercado y un pequeño edificio auxiliar de éste, siendo éstos sólo una pequeña sección del centro urbano. Y es que la trama urbana, incluyendo el foro y los principales edificios públicos, aún duerme esperando el momento en que sea rescatada del olvido.
Pero ahora la amenaza que se cierne sobre Lancia es mucho peor, pues la autovía León–Valladolid destruirá gran parte de su área suburbana, la que no se encuentra en la meseta donde están los restos visitables. Triste es saber que, cuando se diseñó el trazado de la autovía, existía la posibilidad de que podían encontrarse –y por tanto, destruirse– restos de la ciudad. Y aún más triste es ver que a las administraciones les da igual. No alteraron ni un ápice el trazado.
Las excavaciones de emergencia intentan registrar contrarreloj lo que las excavadoras van a destruir en cuestión de meses. Y las sorpresas están siendo mayúsculas: una necrópolis, viviendas, un posible templo, calles, talleres de forja y cerámica y dos hornos cerámicos. Casi nada. Pero para el gobierno son restos prescindibles que se pueden destruir con la mayor naturalidad del mundo.
En un país en el que por mantener con vida un árbol milenario, un hábitat faunístico, o por respetar un paisaje natural (recordemos las Hoces del Cabriel entre Castilla–La Mancha y Valencia) se desvían los trazados de las vías de alta capacidad, resulta inaudito que no se vaya a respetar un Bien de Interés Cultural como es la ciudad astur-romana de Lancia. Pero... claro, esto es León. Lo de aquí puede caerse, que no le va a importar a nadie. Mientras, saliendo fuera de nuestra provincia uno ve cómo yacimientos similares reciben inversiones millonarias y un trato de poco menos que de parque temático.
Es hora de que los leoneses nos plantemos y defendamos lo nuestro, lo que nos legaron nuestros antepasados. Ya llevamos muchos años de expolio cultural ante la indiferencia de nuestras instituciones. Exijamos lo que es justo para Lancia, que es, ni más ni menos, que se cuide, que se respete, que tenga en nuestro legado cultural el lugar que se merece. Tal vez lo que necesitamos sea crear una plataforma ciudadana para salvar a la vieja ciudad.
Sé de dos batallas que se libraron en Lancia: la que sus habitantes libraron contra los romanos, y la que estamos librando ahora. Y el objetivo, casi dos mil años después, es el mismo: que no la destruyan. ¿Va a quedar la sociedad leonesa indiferente? Espero que no.
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